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Santa Teresa en La Regenta de Leopoldo Alas, Clarín

En esa obra cumbre de la literatura universal que es La Regenta, Clarín ofrece un verdadero alarde en el dominio de todas las grandes obras y autores  de las letras españoles, especialmente, manifiesta  un intenso y extenso conocimiento de los autores del Siglo de Oro y del Romanticismo, a quienes hace protagonistas indirectos de su obra con la finalidad de describir la personalidad psicológica  de su Protagonista.

Un caso  especial es el de Santa Teresa, de quien por medio del Libro de la Vida, se sirve  Clarín para configurar los deseos de Ana  Ozores  para iniciarse en  los caminos de la oración mental, que para Santa Teresa  es: trato de amistad estando a solas con quien sabemos nos ama.   Ciertamente Clarín ha obviado  otras dimensiones  fundamentales de la vida de la Santa  de Ávila; como es su intensa actividad volcada hacia el exterior, tal como queda narrada y comentada en el Libro de las Fundaciones, o en su Epistolario tan extenso y tan imprescindible para conocer la verdadera personalidad de aquella a quien el Nuncio del Papa,  con evidente mala intención,  intentó descalificar como fémina inquieta y andariega; como su exquisito sentido del humor- cuando reprochó a su pintor, el fraile carmelita lego, Juan de la Miseria,  quien la había pintado: fea y legañosa; así como  su alegría y realismo a pesar de sus  continuas enfermedades, porque también: entre los pucheros anda Dios-

Clarín se centra en sus experiencias místicas sobrenaturales como es la  transverberación,  porque son las que mejor pueden explicar la compleja  y desconcertante religiosidad  de la protagonista principal de su magnífica novela. Presenta  a su heroína- víctima  de unos varones poderosos, quienes humillan, porque sólo la contemplan como objeto pasivo de sus ambiciones de  todo tipo.

Ana Ozores,  desde su adolescencia, soñaba con la posibilidad de hacerse monja; con aspiraciones  místicas y martiriales. Estos deseos se van haciendo más persistentes  según avanza en las lecturas de autores como San Agustín; especialmente, Las Confesiones, que tendrán una influencia muy importante en su vida espiritual, como la tuvieron en  Santa Teresa como ella misma  cuenta en el Libro de la Vida. Clarín ha construido un paralelismo  literario  de los efectos que produjeron la lectura de Las Confesiones en Ana Ozores, con lo que supusieron en Santa Teresa, quien en Las Exclamaciones imita al autor de Los Soliloquios

Este deseo de dedicarse por entero a la vida espiritual y especialmente a la vida de oración mental, se va concretando cuando el Magistral atendiendo a los  deseos  de Ana  le planifica  un conjunto de prácticas basadas en el magisterio de Santa Teresa, que por aquel entonces no era Doctora de la Iglesia, pero sí un referente obligado de autenticidad y ortodoxia místicas. En dos capítulos narra Clarín cómo influye Santa Teresa directa o indirectamente en los intentos de Ana Ozores de entregarse plenamente a  conseguir la Perfección de la vía espiritual.  Así en el capítulo XVIII, el Magistral, en una conversación con Ana fuera del confesionario, y en un ambiente distendido y ameno, sobre la esencia de la vida devota, despliega  toda su capacidad persuasiva, con argumentos tomados de la tradición teológica, para convencerle de que la vida beata no consiste en llamar religiosa y cristiana a vivir, en la práctica. Como pagano; desarrolla  un plan que él no había madurado, casi un esbozo borroso del que sin  embargo, está plenamente satisfecho, hasta admirarse  de tal audacia.

El plan está basado en Santa Teresa como  modelo más de admirar que imitar puntualmente.   Presenta a Santa Teresa como modelo de la vida activa y contemplativa. Se formula la pregunta:

¿Por qué había sido  Teresa santa y fundadora de conventos? La Santa Doctora no había sido una monja vulgar, sino que la vida del claustro le había dado mundos  grandes y un Universo de soles. El magistral propuso a Ana un plan de vida devota, al que había de entregarse en el alma y cuerpo y en que la lectura de El libro de la Vida,  que debería leer  con prudencia y entrelíneas, porque Santa Teresa, con frecuencia, exagera sus debilidades y lo que ella califica, con evidente exageración,  sus muchos y grandes pecados y tentaciones del diablo, eso mismo  podía desanimar a la aspirante a la perfección, porque si a aquella Santa  tan grande le había sido tan difícil lograr la perfección, mucho más a  Ana, de aquí que le diga con tono paternal: “ Si nos proponemos llegar a ser una santa Teresa: ¡adiós a todo!. Se ve la infinita distancia y no emprendemos el camino, A donde se ha de llegar, eso Dios dirá después; ahora andar, andar hacia adelante es lo que importa”

 Mucho más importante para conocer la influencia real de Santa Teresa en las aspiraciones místicas de Ana Ozores es el Capítulo  XIX. Allí nos presenta Clarín a una mujer desconsolada, viviendo  una gran crisis existencial, que se manifiesta en todo su desgarro cuando afirma: “Yo soy mi alma”: lloro con los ojos cerrados. Clarín presenta una situación límite. Hora  – del demonio del mediodía (según la ascética monacal)- Ana está enferma, y su esposo Quintanar  debería de estar presente para darle le medicina. Ella se inclina sobre la mesilla de noche. Sobre un libro de pasta verde estaba el vaso con el medicamento; lo tomo y bebió. Distraída leyó en el tomo voluminoso: Obras completas de santa Teresa. La emoción que experimentó nada tenía que ver con la que siendo una adolescente  experimentó cuando leyó  Las Confesiones de San  Agustín. “Era- escribe Clarín-una casualidad, pura casualidad la presencia del aquel libro místico, coincidiendo con las pensamientos de abandono que la entristecían (…) No importaba que el libro místico fuera o no un aviso del cielo, ella tomaba la lección, aprovechaba la coincidencia, entendía el sentido profundo del azar: ¿no se quejaba de que estaba sola, no había caído como desvanecida por la idea de abandono? Pues allí estaban aquellas letras doradas: Obras de santa Teresa.- lo que provocó su exclamación ¡Cuánta elocuencia en un letrero! ¡Está sola! ¿Y Dios? (…) En cuanto la dejaban sola y eran largas horas sus soledades, los ojos se agarraban a las páginas místicas de la Santa de Ávila, y a no ser lágrimas de ternura ya nada turbaba aquel coloquio de dos almas a través de tres siglos” (cap. XIX).

Con osadía singular Clarín quiere buscar algún parecido entre experiencia mística de Ana Ozores salvando las profundas diferencias, que van de la ficción a la realidad, con la transverberación que Santa Teresa describe de forma enigmática en Libro de la Vida,  y que Bernini inmortalizó en grupo escultórico marmóreo. Escribe Santa Teresa en el Capítulo 29,13 de La Vida: “Veía un ángel cabe mí, hacía el lado izquierdo, en  forma corporal (…) Veíale en  las manos un dardo de oro largo, y al final del hierro me parecía tener un poco de fuego; éste  me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en grande amor de Dios (…)

Escribe Clarín. “El pensamiento de Dios fue entonces como una brasa metida en el corazón; todo ardió allí dentro en piedad; y Ana con irresistible ímpetu de fe  ostensible, viva, material, fortísima se puso de rodillas sobre el lecho, toda blanca y ciega por el llanto, las manos juntas temblando sobre el cabecero, balbuciente exclamó, con voz de niña enferma y amorosa ¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡ Señor de mi alma!”

La última aparición de Santa Teresa en La Regenta, está en relación con el abandono por parte de Ana Ozores de la lectura del Libro de la Vida: “porque prefería no leerla al tormento de un análisis irreverente, a que ella se entregaba sin querer verse cara a cara con las ideas y las frases de la Santa  (Capítulo XXXV)

Fidel García Martínez

Catedrático Lengua Literatura. Doctor Filología Románica, Licenciado Teología.

Gijón Asturias

 

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