Vecinos de Sao Paulo (Brasil) llevan décadas intentando rescatar para la ciudad la que fuera propiedad del briocense Alfonso Martín Escudero
En Sao Paulo todo es a lo grande. Cuenta la ciudad con once autovías y una flota de siete millones de vehículos que producen atascos durante las 24 horas del día. Tiene cuatro aeropuertos, 32.000 taxis y más de 250 helipuertos porque los millonarios, para evitar las retenciones, prefieren el aire para desplazarse. En su área metropolitana viven más de 22 millones de almas, lo que la convierte en la segunda más poblada de todo el continente americano. Sus carreteras y sus puentes son recurrentes en el paisaje urbano y sus edificios rascan más el cielo que en el propio Nueva York. Para el esparcimiento de su población Sao Paulo cuenta con alrededor de 90 parques.
Los habitantes del barrio Alto da Boa Vista quieren que Sao Paulo tenga un parque más, por lo menos una zona verde protegida. Llevan décadas luchando por conservar un área antes de que la especulación inmobiliaria acabe definitivamente con ella.
Es el Jardin de Alfomares, una inmensidad de más de 63.000 metros cuadrados devenida en uno de los pulmones verdes de la mastodóntica ciudad. Reúne más de 2.000 árboles y da cobijo a más de 60 especies de aves. Perteneció al fundador del Banco Alfomares, un hombre de extracción humilde, más bien pobre, nacido a principios del siglo XX allende los mares en un pueblo español de cuyo nombre nos acordamos perfectamente: Brihuega.
Cuando vino al mundo, el 10 de junio de 1901, nada hacía preveer que la nueva criatura, Alfonso Martín Escudero, terminaría poseyendo una Hacienda al otro lado del Atlántico. “¡Pobre, el segundo hijo del telegrafista!” Después vendrían seis retoños más. De Brihuega al progenitor le destinaron a Monbuey, en Zamora, donde la suerte seguiría siéndole esquiva. Empujado por las estrecheces económicas, Alfonso deja la familia y a los trece años entra a trabajar como ayudante de un representante de tejidos.
Progresión
Hay personas que nacen en la vida para cantar, otras para escribir, quizá para hacer reír o tal vez para gobernarnos a los demás. Alfonso, en cambio, nació para vender. Tenía un don natural. Solo así se explica su meteórica carrera en el mundo de los negocios. Fue empleado de un comercio de tejidos, viajante y representante, fue empleado también de unos grandes almacenes en Vigo, donde llegó a ser apoderado. Finalmente se estableció en La Coruña en el comercio al por mayor de tejidos. A sus dotes para el comercio Alfonso unía un gran talento negociador y una honradez que, sin duda, era muy valorada en los negocios. Los comerciantes catalanes le dieron la exclusividad de grandes partidas de género.
Y aquí comenzó a dar muestras Alfonso de su carácter inquieto, como los pájaros de su futura Hacienda brasileña. Cambió de árbol en busca de mayor fortuna. Fijó sus ojos en Cuba y allí, como rey Midas ibérico, siguió triunfando en los negocios. Pero no se olvidó de su país. Constituyó una empresa para explotar unas minas de hierro en Lubrin (Almería), así como otra que se encargaría de embarcar el mineral y exportalo a países europeos, muy necesitados entonces de esa materia prima. Se interesa también entonces por terrenos en el paseo de la Castellana, en Madrid.
Brasil
La visión de los negocios no suele ir separada, en general, del “buen ojo” para otro tipo de asuntos de la vida. Así, Alfonso se “olió” las turbulencias en Cuba y decidió cambiar de nido. Se marchó en 1955 a Brasil, concretamente a Sao Paulo. Allí, en 1968 fundó el Banco Alfomares, adquirido posteriormente por el Banco de Paraná. Plenamente integrado en la sociedad brasileña adquirió su Hacienda, ese pulmón verde amenazado por la especulación que hoy los vecinos tratan de preservar.
Alfonso Martín Escudero murió asesinado en marzo de 1990. Al parecer, dos desconocidos le hirieron con arma blanca en su oficina de Sao Paulo. Sus bienes pasaron a ser propiedad de la Fundación Alfonso Martín Escudero, que el mismo había creado. El pequeño que había salido de Brihuega, el que se había hecho a sí mismo en los negocios tuvo siempre el pesar de no haberse podido formar, de no haber estudiado por falta de medios económicos. Por eso creo la Fundación que lleva su nombre y concede las becas, para dar a la sociedad lo que el no tuvo. ¡Que grande aquel pequeño pobre! Lo que sí poseyó el hijo del telegrafista fue una gran finca, una gran propiedad, una isla natural en el centro de una jungla urbana, la segunda mayor de toda América. Disfrutó de una hacienda que ahora el pueblo, allá en Brasil, trata de salvar de las garras de la especulación inmobiliaria. Quieren que siga siendo uno de los pulmones de la ciudad. ¿Que pensaría aquel niño de Brihuega de toda esta gente, de todos esos vecinos? Tal vez les daría una beca por su empeño, tal vez...
La hacienda del niño de Brihuega
Vecinos de Sao Paulo (Brasil) llevan décadas intentando rescatar para la ciudad la que fuera propiedad del briocense Alfonso Martín Escudero
En Sao Paulo todo es a lo grande. Cuenta la ciudad con once autovías y una flota de siete millones de vehículos que producen atascos durante las 24 horas del día. Tiene cuatro aeropuertos, 32.000 taxis y más de 250 helipuertos porque los millonarios, para evitar las retenciones, prefieren el aire para desplazarse. En su área metropolitana viven más de 22 millones de almas, lo que la convierte en la segunda más poblada de todo el continente americano. Sus carreteras y sus puentes son recurrentes en el paisaje urbano y sus edificios rascan más el cielo que en el propio Nueva York. Para el esparcimiento de su población Sao Paulo cuenta con alrededor de 90 parques.
Los habitantes del barrio Alto da Boa Vista quieren que Sao Paulo tenga un parque más, por lo menos una zona verde protegida. Llevan décadas luchando por conservar un área antes de que la especulación inmobiliaria acabe definitivamente con ella. Es el Jardin de Alfomares, una inmensidad de más de 63.000 metros cuadrados devenida en uno de los pulmones verdes de la mastodóntica ciudad. Reúne más de 2.000 árboles y da cobijo a más de 60 especies de aves. Perteneció al fundador del Banco Alfomares, un hombre de extracción humilde, más bien pobre, nacido a principios del siglo XX allende los mares en un pueblo español de cuyo nombre nos acordamos perfectamente: Brihuega.
Cuando vino al mundo, el 10 de junio de 1901, nada hacía preveer que la nueva criatura, Alfonso Martín Escudero, terminaría poseyendo una Hacienda al otro lado del Atlántico. “¡Pobre, el segundo hijo del telegrafista!” Después vendrían seis retoños más. De Brihuega al progenitor le destinaron a Monbuey, en Zamora, donde la suerte seguiría siéndole esquiva. Empujado por las estrecheces económicas, Alfonso deja la familia y a los trece años entra a trabajar como ayudante de un representante de tejidos.
Progresión
Hay personas que nacen en la vida para cantar, otras para escribir, quizá para hacer reír o tal vez para gobernarnos a los demás. Alfonso, en cambio, nació para vender. Tenía un don natural. Solo así se explica su meteórica carrera en el mundo de los negocios. Fue empleado de un comercio de tejidos, viajante y representante, fue empleado también de unos grandes almacenes en Vigo, donde llegó a ser apoderado. Finalmente se estableció en La Coruña en el comercio al por mayor de tejidos. A sus dotes para el comercio Alfonso unía un gran talento negociador y una honradez que, sin duda, era muy valorada en los negocios. Los comerciantes catalanes le dieron la exclusividad de grandes partidas de género.
Y aquí comenzó a dar muestras Alfonso de su carácter inquieto, como los pájaros de su futura Hacienda brasileña. Cambió de árbol en busca de mayor fortuna. Fijó sus ojos en Cuba y allí, como rey Midas ibérico, siguió triunfando en los negocios. Pero no se olvidó de su país. Constituyó una empresa para explotar unas minas de hierro en Lubrin (Almería), así como otra que se encargaría de embarcar el mineral y exportalo a países europeos, muy necesitados entonces de esa materia prima. Se interesa también entonces por terrenos en el paseo de la Castellana, en Madrid.
Brasil
La visión de los negocios no suele ir separada, en general, del “buen ojo” para otro tipo de asuntos de la vida. Así, Alfonso se “olió” las turbulencias en Cuba y decidió cambiar de nido. Se marchó en 1955 a Brasil, concretamente a Sao Paulo. Allí, en 1968 fundó el Banco Alfomares, adquirido posteriormente por el Banco de Paraná. Plenamente integrado en la sociedad brasileña adquirió su Hacienda, ese pulmón verde amenazado por la especulación que hoy los vecinos tratan de preservar.
Alfonso Martín Escudero murió asesinado en marzo de 1990. Al parecer, dos desconocidos le hirieron con arma blanca en su oficina de Sao Paulo. Sus bienes pasaron a ser propiedad de la Fundación Alfonso Martín Escudero, que el mismo había creado. El pequeño que había salido de Brihuega, el que se había hecho a sí mismo en los negocios tuvo siempre el pesar de no haberse podido formar, de no haber estudiado por falta de medios económicos. Por eso creo la Fundación que lleva su nombre y concede las becas, para dar a la sociedad lo que el no tuvo. ¡Que grande aquel pequeño pobre! Lo que sí poseyó el hijo del telegrafista fue una gran finca, una gran propiedad, una isla natural en el centro de una jungla urbana, la segunda mayor de toda América. Disfrutó de una hacienda que ahora el pueblo, allá en Brasil, trata de salvar de las garras de la especulación inmobiliaria. Quieren que siga siendo uno de los pulmones de la ciudad. ¿Que pensaría aquel niño de Brihuega de toda esta gente, de todos esos vecinos? Tal vez les daría una beca por su empeño, tal vez...