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La ronda de los mayos de Trillo

mayos trillo

La Plaza Mayor de Trillo amanecerá mañana, día 1 de mayo, si el tiempo de lluvia no lo impide, con un palo de considerable estatura bien plantado en su centro. Es el mayo, o más bien la “maya”, como se dice en el pueblo, que cortarán los mozos en un lugar de la ribera del Tajo de cuyo nombre nadie quiere acordarse.

 Allí lucirá hasta el día 31 del mes entrante. No faltaran la rondalla, los cánticos y las jotas, que siempre fueron la banda sonora de mes de las flores en Trillo. Comenzarán a las doce de la noche. Volverá a sonar el cantar “tu boca risueña y amorosa, el habla confuso me tienen, niña tus palabras” y también, cómo no, los mayos a la Virgen del Rosario o del Campo.

Antonio Ochaíta (1921-2011) gustaba de acariciar las cuerdas del laúd en sus años mozos. Por entonces, cuando Antonio era músico de la rondalla de Trillo, en el pueblo bullía la mocedad. A finales de abril, a la fogosidad típica de la juventud se unía la llegada del calor, y con ella una buena ocasión demostrar el cariño por esa chica del que buena cuenta tenía la almohada de cada uno. Los mozos ya tenían visto un palo, derecho como una vela, y bien grande que iban a cortar, pelar y poner pino última noche de abril, en el día de los mayos. “Bajábamos al río y cortábamos el chopo más alto y más tieso de la ribera, fuera de quien fuera, siempre por la tarde. Antes eran de otra manera, delgados y largos”, contaba.

Talado el palo con el hacha, a hombros, los mozos lo subían a la plaza ante la admiración de los vecinos que atónitos exclamaban, “¡ese lo no enderezan este año!”. Desafiados por la incredulidad, los chicos cavaban un pozo en el medio de la plaza, y a pulso y a fuerza, levantaban el mayo, pelado, y tan sólo con un mostacho primaveral en la capucha. “Nos valíamos de una soga que echábamos desde la torre de la iglesia porque antes el mayo era mucho más grande que el ponen ahora, mucho más”, rememoraba el abuelo. Aunque bien es cierto que no habrá mocedad de entonces que reconozca que ha sido superada por la de ahora.

“Había una unión grande entre los mozos del pueblo. En los años mejores, vivíamos más de 50 en Trillo”, explicaba. Cuando el mayo, más alto que el campanario de la Iglesia, estaba en su sitio, los mancebos que querían entrar en mayos se juntaban. Volvamos a aquellos días. Trillo. 30 de abril de 1950. “Lo primero que había que hacer era acudir a casa del alcalde a pedir permiso para la fiesta”, recordaba. Ya con el beneplácito del regidor, la comitiva se llegaba a la Iglesia. En la puerta, y delante de todo el pueblo, acompañados por la rondalla, los mozos cantaban los mayos a la Virgen. “Algunos compañeros tenían buena voz”, explicaba el músico, y el respeto y el silencio cortaban el aire cuando comenzaba una copla, que podía ser ésta: “A tus puertas gran señora, los mozos hemos llegado, a cantar mil alabanzas, a la Virgen del Rosario”. Los cantos también relatan loas a la Virgen del Campo.

Comenzaba luego el periplo por el pueblo. Los que habían entrado en mayos, acompañados por los músicos de la rondalla que se dividían el pueblo por distritos y llenos de nervios, daban traspiés hasta la puerta de su “maya”. Bonita forma de invitar a salir, y de, a pecho descubierto, reconocer que “había algo con esa moza que a uno no le dejaba parar”. Si Cupido había hecho bien el trabajo, la maya se dejaba ver, sonrojada y vergonzosa un momento en el balcón o detrás de la puerta. “Pero había que estar atento, porque muchas veces llovía un cubo de agua o la moza despreciaba al mayo”, comentaba risueño el rondallero. Don Antonio le cantó la maya a la que luego fue su esposa toda la vida. “Mi mujer me escuchó cantar detrás de la puerta de su casa. Lo comentamos muchas veces después, ya casados”. Y ante la pregunta por el nombre de su esposa, a Antonio le cambió la voz. “¿Pues cómo se llama su mujer”, preguntó inocente el entrevistador. “Se murió ya. Se llamaba María, y también era de Trillo”, dijo en un tono apreciablemente más bajo. No le tembló la voz, pero no hacía falta. Cuanto dijo usted, don Antonio, con ese cambio sólo. No se acordaba Ochaíta lo que le pudo cantar a su María, pero bien pudo ser algo como: “Tu boca risueña y amorosa, el habla confuso me tienen, niña tus palabras”.

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