El paisaje de montaña que se disfruta en el camino entre Majaelrayo y Riaza está entre los más bellos que he visto, no solamente de Guadalajara, sino en toda España. Este camino tradicional entre Segovia y Guadalajara se echó a perder por el mal estado de la antigua pista forestal, pero ahora hay una carretera de alta montaña en buenas condiciones, siempre que no haya nieve o hielo. En este caso, no les recomiendo el viaje porque sería peligroso, y raro es el año que la Guardia Civil no tiene que hacer alguna operación de rescate de vehículos atrapados en la nieve.
La carretera empieza en Majaelrayo, pueblo del que nos hemos ocupado en otras rutas para subir hasta el Ocejón. Solo decir por tanto que su caserío presenta buenos ejemplos de esta “arquitectura negra”, pensada para captar todo el calor de la mañana y sobrevivir al aislamiento invernal en el que quedaba la sierra en tiempos felizmente lejanos cuando las nevadas dejaban incomunicado el lugar durante días. Son casas de pizarra, con corrales delanteros delimitados por una tapia baja, un porche que protege la puerta; y en la parte de atrás, corrales para el ganado.
La carretera hacia el evocador puerto de La Quesera la tomamos, a la izquierda, junto al cruce de acceso a Majaelrayo. Poco a poco vamos ganando altura y las vistas sobre el caserío negro, alargado sobre la falda del Ocejón, se disipan en el horizonte.
El pico Ocejón, atravesado por masas de robles cobrizos que van perdiendo su manto, lo domina todo desde que cruzamos el arroyo de la Matilla, pasados los primeros 80 kilómetros desde nuestra salida en Guadalajara. Es nuestra primera parada para fotografiar una represa formada por piedras y que provoca un vistoso salto de agua.
Cruzado el puente, todo es subir y subir hasta que superamos la falda de la montaña y entramos en otro valle. Ahora son los pinos la vegetación dominante, aunque pronto volveremos a encontrarnos con robles –aquí llamados melojos- que nos escoltarán hasta el final del viaje.
Segunda parada junto a una solitaria taina de pastores –ahora refugio-- frente a la que se ha parado la brillante Harley Davidson de un motero viajero. Un día me contaron que en ella se rodó aquel famoso anuncio de un todoterreno en el que un lugareño con boina, el tío Jesús, preguntaba a un viajero que comía alubias sin parar si el Madrid seguía siendo campeón de Europa. Desgraciadamente, Jesús ya no vive y con él se nos fue todo un personaje. Fue hasta allí con las cabras que se subían por el tejado de la taina por encargo de la productora y acabó sustituyendo al actor profesional que habían traído.
Un amplio horizonte de barrancos y montañas se nos descubre hacia la izquierda del camino. En sus tripas más hondas escarba al Jarama y su tributario el Jaramilla, y a lo lejos apenas se distingue el pueblo de Peñalba de la Sierra que se levanta en tierra de lobos y rapaces.
Ya hemos perdido de vista el Ocejón (2.048 metros), pero ya adivinamos en la lontananza las estribaciones del pico del Lobo. Esta última montaña, aun siendo el más alto de Castilla-La Mancha (2.273 metros) no tiene la elegancia del solitario y orgulloso Ocejón, nuestra montaña más emblemática. En realidad se trata de un picacho difícil de identificar, porque forma parte de una sucesión de montañas muy apretadas, y puede ser confundido con el Cervunal o el Alto de la Mesas. Si llevamos prismáticos, lo distinguiremos porque a pocos metros de la cumbre todavía sobrevive, herrumbroso y arruinado, el esqueleto de un antiguo telecabina de la estación de esquí de la Pinilla, cuyas pistas se extienden por la cara norte de la cadena montañosa, y que constituye la división administrativa entre Guadalajara y Segovia. Y también la separación –incomprensible para mí- entre las dos provincias castellanas que ahora campan por diferentes autonomías.
El último tramo de la carretera está sometido a los vientos de la sierra y por ello solo admite en sus laderas el crecimiento de las recias sabinas y los pinos. La recompensa llega pronto cuando alcanzamos el final del puerto y se nos abre a nuestros pies la meseta segoviana, de horizontes infinitos: Riaza, Santo Tomé, las hoces del Duratón y Sepúlveda..
Hay que bajar para llegar hasta el hayedo de la Pedrosa, un espacio natural de dimensiones reducidas, unas 1.500 hectáreas entre 1.400 y 1.850 metros de altitud que discurre por la vertiente segoviana de La Quesera. Allí ha sobrevivido el haya, que en algunas zonas se mezcla con el roble, porque es un lugar abrigado que mira al norte mientras que en nuestra vertiente está más despejado y solo hay pinos, sabinas o melojos.
La Pedrosa en realidad es un hayedo de bolsillo, que está a medio camino de los dos hayedos más meridionales de Europa: el de Montejo en Madrid y el de Tejera Negra en Guadalajara.
Desde el puerto de La Quesera seguimos por un camino pedregoso que sale a la derecha y que nos llevará hasta la peña de la Silla. El objetivo es contemplar el hayedo a vista de pájaro. Es apenas media hora. A partir de allí, empieza el camino hasta el pico de la Buitrera y el hayedo de Tejera negra, que nos llevarías una jornada completa. El paisaje del hayedo entre los peñascos es espectacular. En su inicio el verde es el color dominante y luego torna a tonos ocres, casi anaranjados, que terminan por caer y cubrir el suelo de un tupido manto vegetal. En el piso de los lugares más escarpados se mezcla el brezo con la gayuba roja.
Hay unas 2.000 hayas en la Pedrosa, con hojas que ya amarillean, compartiendo espacio junto a los robles, que todavía se resiste al otoño y tiene el verde como color dominante, aunqueen este fin tendrá los tonos más ocres. Hay también serbales y algún acebo navideño, más difícil de ver.
Volvemos por el camino y tomaremos el coche que hemos dejado en el puerto de La Quesera. Bajamos por la carretera de Riaza y a mitad de camino -- en una curva que ofrece espacio para dejar el coche-- pararemos porque allí se encuentran las hayas centenarias, unos soberbios ejemplares de troncos anchos, imposibles de abrazar, pintados de un verde vivo por el musgo. No son muchos los ejemplares, pero sí muy interesantes. El lugar es un buen sitio para echar un tiento a la bota o a la tortilla.
Otra opción es bajar hasta Riaza, un pueblo con plaza castellana porticada en forma redonda –por septiembre montan allí la plaza de toros--, que vive los fines de semana del turismo del cordero y el cabrito.
Para la vuelta, ya más cansados, casi mejor tomamos la A-I, y seguir hasta el enlace de la N-320 en Torrelaguna. Esta ruta también se puede hacer a la inversa. Saliendo por la A-1 hasta Riaza y después de ver el hayedo de la Pedrosa, volver a Guadalajara por el puerto de La Quesera con parada para comer en Majaelrayo. De Guadalajara a Majaelrayo hay unos 70 kilómetros y otros 40 entre Majaelrayo y Riaza.