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Forza Draghi

 

 

Vigilemos a Mario Draghi.

 

Pero no para causarle mal alguno, sino para que sus gestos nos den alguna pista. Este buen señor, que acaba de llamar al Sultán por su nombre con ocasión del bochornoso trato a Ursula von der Leyen, no parece un político al uso porque habla poco y hace mucho.

Cada cual sube las escaleras como quiere, canta Serrat; y cada cual, según su leal saber y entender, opina unas cosas u otras sobre los líderes del momento o del pasado. Yo, por lo que luego diré –y sé que voy a contracorriente–, no valoro muy bien precisamente ni a la Merkel de antes ni a la Angela Dorothea de ahora. Y, al contrario, por lo que iré diciendo, tengo la mejor de las opiniones sobre el comportamiento pasado del gran Mario, y hago votos para que la segunda vida política del italiano, ahora presidente del Consejo de Ministros de su nación, no se lo lleve por delante como a tantos otros que cayeron bajo la rueda, si se me permite utilizar terminología de Hesse, o bajo la apisonadora de la Historia.

Voy a poner tres ejemplos de europeos bien conocidos a los que más les hubiera valido renunciar a su segunda oportunidad.

Paul von Bennekendorf von Hindemburg fue un junker prusiano que al retirarse en 1911 había alcanzado el grado de capitán general, lamentando, dicen, no haber entrado en batalla desde la guerra franco–prusiana (1870 –1871). La Gran Guerra le dio la oportunidad de reingresar y corregir tamaña desgracia, el imaginario colectivo alemán lo convirtió en héroe tras la batalla de Tannenberg contra los rusos (aunque seguramente el estratega dominante fue el inquietante Ludendorff), mandó más que el belicoso Guillermo II en los dos últimos años de guerra, dio pie tras la derrota a la teoría de la puñalada en la espalda (la culpa habría sido de los revolucionarios alemanes y no del ejército que lo encumbró como mariscal), fue presidente en la República de Weimar…y nombró canciller, ya en la década de los treinta, a un tal Hitler, a quien en sus últimos tiempos llamaba Majestad al confundirlo con el Kaiser y haber olvidado que sólo fue cabo.

 

Philippe Pétain fue un héroe de Francia, vainqueur de Verdun (junto a Ferdinand Foch) y, por tanto, de Hindemburg y el Kaiser. Embajador en la España demolida del 39, primer ministro al año siguiente, jefe de Estado títere de Vichy tras la derrota francesa, colaboracionista con los nazis, condenado a muerte –por aquél a quien él condenó antes– cuando los franceses volvieron a gritar ¡Vive la France! por los Campos Elíseos en 1945. A Foch se lo llevó la Parca Morta en 1929, y tal vez por eso transito a veces la calle que lo recuerda en esta preciosa ciudad donde Bonaparte nos dio un Estatuto en 1808, mientras se quedaba provisionalmente –¡lástima lo de la provisionalidad!– con el Mastuerzo. No he visto, en cambio, calle dedicada a Pétain en parte alguna, aunque no llegara a perder el título de mariscal de Francia y en tiempos de Mitterrand no faltaran flores en su tumba.


"Draghi es ahora desde el gobierno italiano, según mi parecer, ese testigo que ponen los albañiles, o los ingenieros, para ver si la grieta en el muro de una casa o de una presa aumenta de tamaño".

"Confío, pues, en que este hombre notable no tenga la mala suerte de las segundas ocasiones. Y que si atisba la catástrofe, o cree que las políticas europeas son erróneas, lo explique antes de que la rueda del carro pase por encima de él…y de España.

 

Adolfo Suárez González fue un hombre decente y normal que un día del año 1987 me invitó a un café –en la calle de Jorge Juan, ese marino espía y patriota– después de que me afanara en llenar mi Seat Ibiza (por las bravas) con bolígrafos, globos, panfletos, gorras y pegatinas en las que se leía “Guerra al paro” o “Ten confianza, el Centro avanza”, hartos como estábamos los de Guadalajara de que los pijos madrileños no nos hicieran ni….caso. ¿Cómo va la cosa por Guadalajara?, me preguntó. Hemos conseguido hacer cincuenta y dos candidaturas, contesté desde mis 24 años y mi cargo de secretario de organización. Aquel hombre irradiaba todavía tanta luz como el polo amarillo que vestía ese día, y su energía vital quedaba cumplidamente acreditada, lo aseguro, en cuanto te estrechaba la mano o te daba una palmada en la espalda que te empujaba hacia adelante. ¿Qué pasó luego? No lo sé bien; fue triste, eso sí lo sé. Pero por el momento, en 1987, el CDS (Centro Democrático y Social, que quede claro) obtuvo dos diputados provinciales y una capacidad de decisión en el ayuntamiento de Guadalajara que se malgastó en 1987 al no participar en un gobierno de coalición, y que mutó hacia la frustración y la nada cuando en 1989 Suárez optó por el suicidio y el licenciamiento de la tropa al obligarnos a firmar mociones de censura con la derecha en toda España para que Rodriguez Sahagún, su escudero que el 23–F no se enteró del tejerazo, fuera alcalde de Madrid con ¡8 concejales! Mi posición sobre la moción de censura consta en dos artículos publicados en Flores y Abejas (uno anterior y otro posterior a la pifia), y también lo que opinaba entonces y opino ahora sobre la indignidad del transfuguismo mediando cargo. La primera oportunidad de Suárez, desarrollada en la Transición, fue fecunda, valiente y acertada hasta donde las circunstancias permitieron. Su segunda oportunidad, un completo desastre y una puñalada trapera para muchos de nosotros que no quisimos afiliarnos en aquel tiempo al PSOE porque tenía ¡202! diputados en el Congreso. Demasiado fácil para los que en más de una ocasión no elegimos en la vida política de nuestro tiempo lo que parecía –y, sin duda, era– el camino más sencillo, descansado, convencional y práctico.

 

Draghi

Le deseo a Mario Draghi mejor suerte, porque se la merece y porque nosotros –voy a ver si sé explicarme– la necesitamos. Prefiero una renuncia de este estadista, si cree que no se dan las circunstancias para seguir, que un fracaso como el de los tres a los que me he referido. Prefiero, ya que he citado a Hermann Hesse, que ese carro con ruedas que es el bloque alemán de la Unión Europea no arrolle a Draghi porque nos estará arrollando también a nosotros. Draghi es ahora desde el gobierno italiano, según mi parecer, ese testigo que ponen los albañiles, o los ingenieros, para ver si la grieta en el muro de una casa o de una presa aumenta de tamaño.


"Si la Unión Europea, dominada por el bloque alemán y la expectante Francia, no está a la altura de las circunstancias, nos va a ir mal a los españoles. Porque hay que decirlo alto: nuestro sistema productivo, configurado a partir de las década de los ochenta en función de las exigencias para el ingreso en la Comunidad Económica Europea, no ha evolucionado luego hacia donde debía".

 

 

La Unión Europea está en una situación crítica por efecto de la evolución de la pandemia, y por efecto del inexorable cambio en las reglas del juego impuestas por Occidente a la economía del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Si la Unión Europea, dominada por el bloque alemán y la expectante Francia, no está a la altura de las circunstancias, nos va a ir mal a los españoles. Porque hay que decirlo alto: nuestro sistema productivo, configurado a partir de las década de los ochenta en función de las exigencias para el ingreso en la Comunidad Económica Europea, no ha evolucionado luego hacia donde debía y ha seguido muy dependiente de la construcción y el turismo; nuestro sistema de pensiones no aguanta, y bajo la denominación de eso que llaman Pacto de Toledo sólo se ofrece ya, en sustancia, lo que en rugby se denomina patada a seguir; nuestro endeudamiento aumenta, pero no se atisban en el horizonte políticas novedosas; y esos más de cien mil millones de euros que ahora recibiremos con permiso del Tribunal de Karlruhe (y ya con retraso), o sirven para insuflar algo de energía y novedad a nuestro sistema productivo o el despertar a cinco, a seis, a siete años, puede ser dramático una vez desaparecidos los efectos del bálsamo.

Es hora de ir diciendo que nos fueron impuestas dolorosas adaptaciones en algunos sectores (agrario, industrial, pesquero) para poder superar los vetos de algunos países europeos (singularmente de Francia) para acceder a la CEE, pero que es culpa sobre todo nuestra no haber sabido luego jugar la partida adecuadamente una vez que estábamos dentro. Y ahora, me temo, estamos bastante indefensos frente a los vaivenes que puedan producirse y que, de hecho, se producirán. Sin la ayuda europea nos colocaríamos seguramente en una situación límite; la ayuda europea, si Europa no se consolida como debe, puede hacernos aún más débiles y dependientes. No hay más solución que apostar por Europa con criterio al tiempo que fortalecemos el modelo productivo español. Para eso deben servir las ayudas, conviene no olvidarlo.


"Esos más de cien mil millones de euros que ahora recibiremos con permiso del Tribunal de Karlruhe (y ya con retraso), o sirven para insuflar algo de energía y novedad a nuestro sistema productivo o el despertar a cinco, a seis, a siete años, puede ser dramático una vez desaparecidos los efectos del bálsamo".

 

Escribí repetidamente entre 2011 y 2016 que no me convencía la propuesta de Merkel, que optó por deflactar las economías periféricas en lugar de subir los salarios en Alemania. Para España, Italia, Grecia y Portugal fue negativo. La estrategia alemana de mantener la estabilidad a ultranza, aunque fuera depauperando el Sur al tiempo que intentaba colocar sus productos de alto valor añadido fuera de la Unión, fracasó (China, por ejemplo, prefiere hacerse con patentes otrora occidentales que con coches aquí fabricados. Esta tendencia se agudizará en el futuro). Paradójicamente ha sido la pandemia lo que ha impedido ver lo obvio: que Alemania estaba en el umbral de la recesión; que su egoísmo ni siquiera había servido para mantener tasas de crecimientos aceptables que pudieran tirar de la Unión. Y ahora –como en aquel tiempo en el que Kohl fue muy generoso con los fondos estructurales porque había que incorporar a los länder de la antigua República Democrática Alemana a la economía de mercado, y era muy necesario que la economía teutona se revitalizara con compras de los países europeos–, el gobierno germano quiere que haya mucho dinero para la reconstrucción post pandemia. Mientras interese a Alemania (cuando cito a este país me refiero también a los países pequeños partidarios de su política), luego ya veremos.
¿Es bueno o malo para España el plan de recuperación? Bueno, es bueno. Por la sencilla razón de que la alternativa sería una difícil recuperación. Pero no seamos ilusos, hay que estar vigilantes y no podemos limitarnos a gastar el dinero. Lo segundo, porque si nuestra economía no tira en condiciones a medio plazo, tendremos graves problemas; lo primero, porque sería muy lamentable que la parte de mercado interno ocupado por empresas españolas solventes hasta la crisis fuera ocupado en lo sucesivo por empresas solventes o insolventes alemanas, a las que se les puede inyectar más recursos. Téngase en cuenta que Alemania ha tesaurizado grandes cantidades de dinero en ese tiempo en el que los países del sur se endeudaban. En USA no importa si Google o Amazon son de California o de Maine, con la Guerra de Secesión quedó claro que los americanos constituirían en el futuro una sola nación. En la Unión no es así; sigue importando mucho de dónde son las empresas. Estemos atentos.

No soy tan iluso como para creer que el Plan Draghi de expansión monetaria de 2012 podría haberse hecho en contra de Alemania, pero quiero creer que, en cierto modo, sí fue un elemento suavizador, modulador, de la ortodoxia económico–financiera–fiscal del bloque alemán. Quiero pensar que, llegado el caso, Christine Lagarde podrá jugar un papel creativo similar al de su predecesor, pero eso sólo el tiempo lo irá diciendo. Es francesa, pero tal circunstancia sólo puede influirle en un pequeño porcentaje. En cuanto a la postura de Francia, me parece positiva y coherente la postura de Macron, pero por la pandemia, y por el propio devenir de la Unión, cualquier postura nacional es coyuntural y vive en el dominio mismo de la provisionalidad. En cualquier caso Francia –pese a lo que un optimista presidente español llegó a decir a Sarkozy– goza de una posición bastante mejor que la española aunque no esté exenta de problemas y alguna que otra contradicción. Hay más diferencias con España, pero citaré tres (además de una mayor renta per cápita): su mejor articulación territorial, una zona económica exclusiva (la segunda más extensa del mundo) de más de once millones y medio de kilómetros cuadrados (no, no me he equivocado; once veces la española), y unas fuerzas armadas incapaces de derrotar a sus pares (el armamento nuclear siempre garantiza el empate…a cero) pero perfectamente capaces de defender sus intereses en el mundo. España, llegado el caso, podría tener dificultades no pequeñas.


Los españoles debemos mirar a la política del Banco Central Europeo, buscar complicidades con Francia y Portugal, y ver cómo tose Alemania, pero quizás nuestro testigo en la presa del pantano sea Mario Draghi. Por lo que haga, y por cómo le vaya a Italia. Confío, pues, en que este hombre notable no tenga la mala suerte de las segundas ocasiones. Y que si atisba la catástrofe, o cree que las políticas europeas son erróneas, lo explique antes de que la rueda del carro pase por encima de él…y de España.

Para terminar, una sonrisa para los amigos italianos. Draghi no se ha presentado a las elecciones; ha sido propuesto por el presidente Mattarella y apoyado por los parlamentarios. No ha sido elegido por el pueblo sino por los representantes elegidos por el pueblo, con él ausente en las elecciones en que fueron elegidos. Incluso, ha sido apoyado por gran parte del gobierno saliente. En España hubo un esbozo de algo que se parecía un poco (un poco, digo) en dos ocasiones. La primera –cutre, ilusoria y casposa a pesar de la gomina– con el Mario Conde previo a la expropiación de Banesto; la segunda –peligrosa y aún no aclarada del todo–, con un tal Alfonso Armada cuando los diputados al Congreso se encontraban secuestrados.

Mejor, en este caso, la finezza italiana que el amago de “solución” hispano.

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