La Casa de Guadalajara en Madrid ha preferido cerrar con dignidad al ver que no había posibilidad de continuar, antes que arrastrarse. Más que los veteranos socios que asistieron a la junta extraordinaria que aprobó la disolución no lo habrá sentido nadie, así que solo queda darles las gracias por sus 82 años de historia siendo el mascarón de proa de nuestra provincia en Madrid.
Esta vez no ha habido marcha atrás. Por un lado está que el alquiler del histórico inmueble donde ha estado ubicada la Casa de Guadalajara en la plaza de Santa Ana iba a subir, al finalizar el contrato, y se iba a poner inasequible para la economía de la institución. Aunque hay más cosas: lo que en el fondo empezaba a ser inviable es el actual modelo autónomo de casas regionales o provinciales radicadas en este caso en la capital de España, que no dependendan directamente de una autonomía, porque hoy en día la vida y la sociedad va por otros derroteros. ¿Para qué una casa donde se reúnan los guadalajareños en Madrid cuando, hoy, las nuevas generaciones se conectan y se relacionan virtualmente a través de las redes sociales? ¿Para qué van a ir los socios a empaparse de Guadalajara a la plaza de Santa Ana, donde no hay quien aparque , si a lo mejor se tarda menos en llegar a la propia capital alcarreña desde su domicilio en Madrid?
Lo explicaba en nuestro diario digital –¡qué no vamos a saber los medios de comunicación de cambios y cierres dolorosos!—su presidente José Ramón Pérez Acevedo, el alma mater de la Casa de Guadalajara en las tres últimas décadas, y seguro que la persona que más ha contribuido a que la Casa haya cumplido los 82 años de historia. La Casa de Guadalajara ha tenido dos funciones principales. Una de ellas, la de ejercer de hogar para muchas de esas personas que viven solas en Madrid. Y otra, la de convertirse en el mejor punto de representación de la provincia en la capital de España. Ambas cosas lo consiguieron con creces. Pero las cosas son como son: hoy, la mayoría de los socios de la Casa están jubilados, sus hijos son madrileños, y aunque la mayoría de ellos tengan vinculación con los pueblos de origen de su familia, ya no tienen la necesidad de juntarse físicamente en un local para echar la partida o ver los toros de San Isidro por la tele. Es elocuente la fotografía que encabeza este editorial sobre la edad de los socios (apenas acudieron un tercio de los 450 que tiene la casa) que muy a su pesar decidieron mayoritariamente la disolución de la institución, por la única razón que lo permiten los estatutos: La falta de viabilidad económica.
Queda por definir la función de representación que durante su historia ha hecho la Casa de Guadalajara. No ha habido libro o proyecto cultural, histórico, deportivo o de cualquier índole relacionado con Guadalajara que no se haya presentado en Madrid, teniendo como escaparate la Casa de Guadalajara. En este sentido, su misión es impagable, y solo por ello habría que estudiar cómo se puede recomponer este asunto. Pérez Acevedo no descarta que en un futuro la Casa de Guadalajara pueda reabrir sus puertas, aunque sería en otro lugar y con otro proyecto. Merecería la pena madurarlo, porque aunque los guadalajareños que viven en Madrid tengan otra manera de relacionarse entre ellos sin acudir al viejo concepto de las casas regionales, Guadalajara sí necesita un lugar donde proyectarse que nunca podría cubrir una casa de Castilla-La Mancha, regada con subvenciones oficiales, o algo por el estilo.
No hay que olvidar la especial relación que Guadalajara vive con Madrid, que está en el origen del mayor crecimiento de nuestra economía y el empleo que en el resto de la autonomía en la que nos adscribieron, y estaríamos locos si perdiéramos ese mascarón de proa que durante 82 años ha supuesto la existencia de una Casa de Guadalajara en Madrid.
Algo se debería pensar, y la Diputación de Guadalajara, como entidad representativa de la provincia, y que ha apoyado a la Casa hasta el final, debería liderarlo. Aunque ya veremos lo que nos trae la primavera electoral.
GUADALAJARADIARIO
