Este 18 de julio se conmemora el 50 aniversario de la muerte de José Antonio Ochaita, cuando recitaba en Pastrana, "Tengo la Alcarria entre mis manos..."
Multitudinario funeral de Ochaita en Jadraque, con motivo de su muerte, ahora hace 50 años. El féretro, cubierto con la bandera de Guadalajara, fue portado en hombros hasta el cementerio por familiares y amigos, dándole escolta los maceros del Ayuntamiento de Guadalajara, ciudad de la que era su cronista oficial.Foto: Santiago Bernal.
Era la noche del martes 17 al 18 de julio de 1973. Noche del Carmen en Pastrana en una plaza de la Colegiata atestada de público, con las principales autoridades provinciales ocupando las primeras filas. José Antonio Ochaíta es el encargado de cerrar el recital poético, que inicia con la declamación vibrante del poema «Manos nuevas, para mi tierra vieja». Cuando termina el verso «¡Tengo la Alcarria entre las manos», cae al suelo fulminado. Todos los intentos de reanimación fueron infructuosos. Ochaíta, poeta cantor de la Alcarria y autor de éxito de la canción española, había dejado de existir. Escribieron de él: "Tuvo una muerte a su medida; una muerte grandiosa". Fue hace cincuenta años, en Pastrana.
Texto: Santiago Barra.(Este reportaje de S. Barra fue publicado por la revista El Decano, editada por Teleoro Medios SL, coincidiendo con el 30 aniversario de la muerte de Ochaita).
Caricatura de Ochaita.Los que pasaron con José Antonio Ochaíta las últimas horas de su vida, coinciden en señalar que llevaba un tiempo barruntando la muerte. A su amigo Paco Cortijo le llegó incluso a comentar que le gustaría morir en Pastrana, y cuando le preguntó si quería también que le enterraran allí, precisó: «No, en Jadraque, junto a mi madre». Pocas horas después, una ambulancia salía de Pastrana camino de Jadraque con el cadáver de Ochaíta. Acompañaba al conductor José Antonio Suárez de Puga, un joven poeta que había participado en esos «Versos a Medianoche»: «Era una noche preciosa de estrellas», evoca el trayecto de la comitiva fúnebre por los pueblos de la Alcarria en ese último viaje del poeta yacente por la tierra a la que tantas veces rindió admiración: «La Alcarria, monda y lironda,/adusta tierra importuna, interrogación de luna/para que Dios nos responda,/ breve huerto, parca fronda,/ agua nutrida de cal,/ ventorrillo y catedral,/ anguarinay capisayo/ y acaso -en el mes de mayo-,/ primavera fantasmal...»
Ochaíta dio el día anterior un encendido pregón inaugural de las fiestas de Pastrana. Asistió por la noche a la representación de Antorcha de la «Alcaidesa de Pastrana» y pasó la fiesta del Carmen rodeado de amigos. Antes del recital, cenó frugalmente unas judías verdes en el parador de Santa Teresa: «Sí, yo creo que tenía la premonición de la muerte. Esa noche se lo notaba especialmente», recuerda el etnólogo José Ramón López de los Mozos (q.e.p.d.), uno de los comensales.
Muerte en directo
La plaza de la Colegiata estaba atestada de gente. En las primeras filas están el Gobernador Civil, Carlos Montoliú, el Presidente de la Diputación, Mariano Colmenar, y el alcalde de Guadalajara, su amigo Antonio Lozano Viñés. Hace la presentación Miguel Revuelta, sigue el médico-fraile Rafael Duyos, luego le toca el turno a Josepe Suárez de Puga y Carlos Murciano cede el cierre a Ochaíta, en señal de respeto y admiración. El poeta de Jadraque era un gran declamador, «tenía una pronunciación perfecta, como la de un actor y era emocionante escucharle; se te ponían los pelos de punta», recuerda Josepe. Esa noche parecía especialmente motivado por el marco tan especial de la Colegiata como fondo y un auditorio que le seguía cautivado mientras levantaba los brazos y comenzaba a recitar: «Tengo la Alcarria entre las manos;/ no en las que veis, gusanas, viejas,/ cansadas de coger el aire/ mi voz inútil...»
Ochaíta cayó fulminado, desde el atril hasta la tarima, golpeándose la cabeza con el suelo, al pie de la cruz de piedra de la Colegiata.En la noche del 17 al 18 de julio de 1973.
Fue en ese momento, al terminar la cuarta estrofa, cuando Ochaíta se desmayó, escribe Tomás Gismera en su libro «José Antonio Ochaíta, la voz de la Alcarria» y así lo recogió también «Flores y Abejas». Sin embargo, Suárez de Puga dice acordarse perfectamente de que el ataque le sobrevino un poco después de terminar el segundo verso, que decía así: «¡No son éstas,/ sino otras manos niñas/ que en los muñones se me insertan/ de la manquez, con que he venido/ mutilado en no sé que guerras/ donde combatí con gigantes/ tan diminutos como letras,/ o con letras, que eran gigantas/ para mi talla tan pequeña». Y Ochaíta bajó levemente la cabeza, añadiendo sólamente: «Tengo la Alcarria entre las manos...».
Ochaíta cayó fulminado, desde el atril hasta la tarima, golpeándose la cabeza con el suelo, al pie de la cruz de piedra de la Colegiata. El médico Luis Suárez de Puga y Angel Montero Herreros, el presidente del Núcleo Pedro González de Mendoza, organizador del acto, le intentaron reanimar, pero todo resulta inútil. Finalmente envuelven el cuerpo con la alfombra que había en la tarima y le llevan a la Casa Curato: «La gente abrió un pasillo para que pasáramos en medio de un silencio sepulcral. Se fue corriendo la voz por el pueblo hasta que poco a poco comenzó a cesar el ruido de las tómbolas, la noria y los caballitos de la feria. Toda Pastrana quedó en silencio», relata López de los Mozos, que entonces escribía en las páginas de Guadalajara del diario "Pueblo", dirigidas por Pedro Lahorascala, y fue el autor del afortunado titular: «Ochaíta muere con la Alcarria entre sus manos». Cuando la comitiva fúnebre llegó a Jadraque, su hermana María Teresa le amortajó con el hábito de la cofradía de la Sangre de Cristo, que Ochaíta recuperó para la Semana Santa de Jadraque, aunque volvió a decaer tras su muerte. Al día siguiente se celebró el entierro más multitudinario que se recuerda en Jadraque. El féretro, cubierto con la bandera de Guadalajara, fue portado en hombros hasta el cementerio por familiares y amigos, dándole escolta los maceros del Ayuntamiento de Guadalajara, ciudad de la que era su cronista oficial.
Ochaita pronunciando su discurso en el honenaje a Layna Serrano, en Cifuentes, el 14 de octubre de 1956. Foto: familia Bris-Ochaita.
Poeta y letrista de éxito
Ochaíta nació en Jadraque el 8 de agosto de 1905, hijo mediano del maestro de la villa. La muerte repentina de su padre, cuando tenía 5 años, influye para que vaya interno al Colegio de Huérfanos de San Ildefonso, en Madrid, donde estudia el bachillerato y la carrera de Filosofía y Letras. Va a Santiago de Compostela, primero, como profesor a un colegio de Jesuitas, y termina siendo el redactor-jefe de la delegación local de «El Faro de Vigo», el periódico de Álvaro Cunqueiro. Se convierte en un periodista de éxito. La Guerra Civil la pasa en Madrid, y se ahorra el disgusto de presenciar en directo los destrozos que se cometen contra el patrimonio artístico de su pueblo.
Ochaita, con su familia.
Ochaita y amigos en la plaza Mayor de Madrid, en 1967. De izquierda a derecha podemos ver a un joven Josepe Suárez de Puga, con el propio Ochaita, Pradel, Gil Montero, Layna Serrano, Navarro Santafe, autor de la escultura del Oso y el Madroño, entre otros. Foto: familia Bris-Ochaita.
Terminada la contienda, comienza su etapa sevillana, decisiva en la carrera poética de Ochaíta. En Sevilla conoce a Rafael de León, con el que escribiría numerosas canciones y obras teatrales. El éxito les llega con «Cancela», que se estrena en 1941 en el teatro Calderón de Madrid, por la compañía de María Fernanda Ladrón de Guevara, primera actriz de la escena española. Luego llegarían «Doña Polisón», «Antonia la Cantaora», «Cárcel de amor» y «Estampa goyesca», que interpretó Estrellita Castro, que por entonces rivalizaba con Concha Piquer, otra de las artistas habituales de León y Ochaíta. Estimulado por el éxito, Ochaíta hace una obra en solitario, «María del Amor», que estrena el 1 de mayo de 1946 en Madrid. De tono humorístico y desenfadado, es bien acogida por el público el día de su estreno, pero acaba fracasando por una despiadada crítica de Alfredo Marqueríe, en ABC, que llega a escribir: «Una cosa es escribir coplas y otra hacer teatro». No volvió Ochaíta a estrenar en solitario, según Tomás Gismera, aunque no dejó de escribir y llega a firmar por lo menos 23 obras más, algunas con otros autores.
Solano y Ochaita en el honenaje a Concha Piquer en febrero de 1962. La dedicatoria que escribieron ambos, dice así: "Alma de Valencia, símbolo de España, que a nosotros nos dio a saborear algo de su propia gloria".Piquer cantó muchas de las coplas que compusieron Solano y Ochaita. Foto: familia Bris-Ochaita.
Lo más granado de la canción española
El éxito popular continúa en la colaboración que Ochaíta establece con Valerio y Solano, éste último encargado de componer la música. El trío firma decenas de libretos para lo más granado de la canción española: Dolores Vargas, Marifé de Triana, El Príncipe Gitano, Antoñita Moreno o Concha Piquer, ésta última intérprete del romance de Ochaíta «Eugenia de Montijo» o de canciones como «Me casó mi madre». De cantantes más modernos, el trío Ochaita-Valerio-Solano se ocupó del primer disco de Rocío Jurado, «Rosa y Aire», y del lanzamiento del «Fary». Tenían una academia de música en Madrid y a los jovenes que despuntaban los preparaban para al estrellato. También hicieron las canciones de películas tan famosas como la de Berlanga «Bienvenido Mr. Marshal» (1952) (son los autores del popular «Americanos», que cantaba Lolita Sevilla) o de «El Balcón de la Luna», un gran éxito interpretado por Juanita Reina, Carmen Sevilla, Paquita Rico y Lola Flores.
Ochaíta vivió cómodamente de su actividad como letrista de la canción española, aunque él se consideraba, por encima de todo, un poeta neoclásico. Sin lugar a dudas que esa faceta suya como autor de canciones populares -hizo más de mil-, le pudo restar méritos a los ojos de algunos críticos y e intelectuales para ser considerado como uno de los grandes de la poesía nacional. Esa apreciación la comparte Suárez de Puga: «Con nosotros no le gustaba hablar de ese trabajo. Tenía incluso un cierto complejo, y si no le consideraron un gran poeta nacional, es porque le veían más como un autor folklórico y populista». Sucedió también que Ochaíta no escribía poesía pensando en editar libros, sino que buscaba un motivo determinado: Unas veces eran los concursos literarios -ganó más de 50 flores naturales en toda España-, otras los recitales poéticos en los que rara vez repetía poema. Como sólo editó tres libros (Turris Fortísima, Desorden y La Poetización de Jaén, más cosas sueltas en «Así pintaba Don Diego y El Pomporé), los críticos apenas conocían su obra completa. Pero algunos poetas que se aproximaron más a su obra, sí le reconocían su valor poético: «Una vez me dijo José García Nieto de él que era «demasiado poeta». Y remachó: «Nosotros no llegamos a eso», cuenta Suárez de Puga, quien tiene a Ochaíta por un grandísimo poeta: «Tal vez, muy extraño, porque no estaba encajado en ninguna generación; podía haber sido de la del veintisiete, pero no tragaba con el surrealismo». Al igual que López de los Mozos, Josepe le define como un poeta de lenguaje barroco, producto de un léxico exuberante y de su facilidad para versificar. Era un hombre educado y modesto, que escribía a los amigos en verso y que, al estar soltero, para él la amistad era una necesidad. Se llevó tal disgusto por la muerte de Valerio que dejó de firmar canciones, y rechazó ser cronista de la ciudad de Guadalajara mientras viviera Layna Serrano.
Busto de Ochaita en Jadraque, la villa que le vio nacer./ Sonia Castillo.
Ochaíta y Jadraque
Jadraque debe mucho a José Antonio Ochaíta. José María Bris, su sobrino político, no exagera al decir que fue el «alfa y omega» de la cultura local. Hombre de gran simpatía, se reunía con los jóvenes, dirigía obras de teatro y les llevaba de excursión a Madrid. Católico de hondura -llegó alguna vez a comentar que meditaba meterse monje, como su amigo el poeta Rafael Duyos-, refundó la cofradía de la Sangre de Cristo y trajo al escultor Santafé para restaurar la imagen de la hermandad y la efigie y las manos del Santo Cristo de la Cruz a Cuestas. Quiso desvelar el misterio del cuadro de la Inmaculada, que se encontraba en el palacio de los Verdugo, y se trajo a la directora del Museo del Prado para su inspección. Fue autentificado como un Zurbarán, y fue presentado en loor de multitudes en una exposición en Madrid, viajando después a Texas. Muerto el poeta, el obispo Castán Lacoma se lo llevó una madrugada para el Museo Diocesano de Sigüenza.
Sin su impulso, el de Layna Serrano, y del entonces alcalde de Jadraque, Mariano Ormaz, el castillo del Cid habría sucumbido. Una tormenta lo dejó medio hundido y expoliaron sus piedras para casas de Andalucía y Jadraque, y hasta para la construcción de la carretera. Ochaíta y Layna hablaron con Bellas Artes, consiguieron una subvención de 50.000 pesetas, y el resto lo puso la gente de Jadraque, que llegó a trabajar en el cerramiento de sus muros con sus propias manos. A su esfuerzo se debe también la parcial restauración de «La saleta de Jovellanos», en la casa de los Arias de Saavedra, pinturas que atribuye al propio Jovellanos y a Francisco de Goya.
Diseñó el escudo heráldico de la villa (en cuatro cuarteles, dos de los Mendoza y otros dos de La Cerda) y nunca dejó de cantar a Jadraque: «Un hoyo y cinco cerros de caliza/ por cuyas llagas se derrama espliego/ el aguilucho muerto y sin sosiego/ del Castillo del Cid, que se eterniza...Ermita franciscana en extramuros:/ el cementerio en lo alto, por las eras/ y por septiembre procesión y toros...»
José María Bris recuerda que el maestro Solano estuvo insistiendo, durante los cinco años siguientes a la muerte de Ochaíta, para que rebuscaran entre los viejos cuadernos del poeta y le enviaran canciones que no habían sido publicadas: «Su poesía es tan musical, que la música sale sola», les decía quien fuera el encargado de poner la música del famoso trío Solano-Ochaíta-Valerio.
"La Lirio y el Porompompero"
El trío Valerio, Solano y Ochaita, con Concha Piquer en Valencia, en 1964. Foto: familia Bris-Ochaita.
Con anterioridad, el poeta de Jadraque trabajó en colaboración con Rafael León. En 1940, tuvieron un éxito arrollador con «La Lirio», que interpretaría la gran Concha Piquer y cantó España entera: «La Lirio, la lirio tiene,/tiene una pena La Lirio,/y se le han puesto las sienes/moraítas de martirio,/ se dise si es por un hombre,/se dise que si es por dos,/ pero la verdad del cuento/, ¡hay señó de los tormentos!/ la saben la Lirio y yo...». Todas las figuras de la época querían cantar las canciones de Ochaíta. Estrellita Castro estrenó «Estampa Goyesca» y luego llegaron Lola Flores, Juanita Reina, Marifé de Triana, Miguel Molina, Antoñita Moreno... La lista se haría interminable, aunque si hubo un artista que fue «llegar y besar el santo», ese fue Manolo Escobar. El trío de éxito había creado un espectáculo para el Príncipe Gitano, que paseaba con éxito por España. Entre ellas estaba una canción, «El porompompero», que el Príncipe interpretaba sin especial relevancia. Manolo Escobar solicita al maestro que le deje cantar la canción, y lo hace acompañado por sus hermanos. Le impone un ritmo más vivo y en poco tiempo se convierte en el mayor éxito discográfico de la canción española: «El cateto de tu hermano/que no me venga con leyes/ que pá ello soy gitano/ y tengo sangre de reyes./ Que pá, que pá ello soy gitano y te/ y tengo sangre de reyes en la/en la palma de mi mano... Porompompom, poropo, porrompompero...». Escobar, entusiasmado, encargó al trío las canciones de su primer disco, «Las rumbas de Manolo Escobar».










El conjunto de José Sendón no tuvo su día.

Las féminas se enfrentaron a un Albacete muy luchador




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Acto del ciclo “Compromiso Democrático en el siglo XXI”, impulsado por la Subdelegación del Gobierno en Guadalajara
De Interés Turístico Provincial el domingo 7. 



