Son las lagunas más discretas de la provincia. Es tanta la discreción que incluso podríamos calificarlas de «tímidas». Usted puede pasar a poco más de quinientos metros de ellas por la carretera que une Puebla de Beleña con Casa de Uceda y no se apercibirá de que detrás de una leve inclinación del terreno, hay dos lagunas, la Grande y la Chica -la toponimia popular no se complica la vida con las definiciones-, que constituyen una verdadera sorpresa en el inmenso llano cerealista que las rodea. Será nuestra primera parada en la ruta que hoy les proponemos, y que tendrá su continuación por varios pueblos de la Campiña del Henares, hasta llegar a las estribaciones de la sierra del Ocejón, en el pantano de Beleña de Sorbe. 

El sol de la temprana primavera es toda una bendición. Camino de Robledillo de Mohernando, los campos labrados se muestran empapados y de sus entrañas brota ya el cereal. Ha llovido con intensidad en los las últimos días, la presa de Beleña está hasta arriba y por doquier se escapa el agua a borbotones. Así que mejor vayan con buenas botas. Arroyos otrora secos están cubiertos por una lámina de agua, recordando a los olvidadizos, que sus cauces siguen siendo sus dominios ante tanto insensato empeñado en no respetar las riberas fluviales.

Robledillo de Mohernando, nuestra primera parada, está en lo alto de un cerrillo al borde de una pequeña vaguada por la que discurre un arroyo que va a parar al Sorbe. Son pueblos estos de la Campiña puestos con sentido común. Abajo, el cauce del arroyo. El pueblo, arriba, y arriba del todo, la iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Piedad, del siglo XVI, con atrio porticado en uno de sus lados y fachada toda ella de ladrillo y sillarejo.

El caserío es breve, de casas bajas, típicas de la Campiña, con plaza principal, una fuente enmedio y el coqueto edificio del Ayuntamiento en uno de sus lados.

Cruzamos el pueblo y al final de una cuesta llegamos a un llano inmenso que se extiende por los términos municipales de varios pueblos vecinos. Aquí tiene sus instalaciones el Aeroclub de Guadalajara, que por ser domingo abriga actividad en uno de sus hangares. Están preparando avionetas y ultraligeros para un próximo despegue.

La carretera continúa paralela a la pista y nos lleva hasta las inmediaciones de las lagunas. Dejo el coche nada más salvar el cruce, porque el camino que nos llevaría hasta la Laguna Grande está embarrado. Es mejor calzarse las botas y hacer andando un trecho que no dista más de un kilómetro. En seco, es un leve paseo para toda la familia pero con el campo encharcado conviene mirar dónde pones los pies. Pero como al final sueles acabar metiendo la pierna donde no debes, por ello nunca está de más salir al campo con calcetines y zapatillas de repuesto.

La laguna que llaman Grande tarda en hacerse visible porque el terreno es tan llano que se confunde con el horizonte. Cualquiera podría confundirla por una charca formada por el agua de lluvia, y en un verano seco esa sería su apariencia natural. Pero después de varias  semanas de lluvia, la laguna Grande hace honor a su nombre y está espléndida con el agua que cubre todo su perímetro. A un lado hay una caseta de avistamiento de aves, un lugar adecuado para familiarizarse con las especies que frecuentan este paraje. El suelo arcilloso está lleno de charcos. Este es el secreto de la laguna, no tiene ningún río ni arroyo que la amamante, pero de los campos de labor que la rodean se vierte el agua que les sobra hasta llenar su vaso, en forma circular y poco profundo.

El paisaje de la sierra en la lejanía es, esta mañana, bellísimo. En invierno, el sol hace brillar la nieve sobre las montañas del sistema central, en la que destaca un Ocejón que perderá rápidamente su manto blanco en la cara sur, por el efecto del suelo pizarroso, que atrapa el calor.

A la derecha del Ocejón, el Alto Rey, en cambio, está en piedra viva. De fondo se escucha un ruido y muy pronto se perfilan sobre el cielo de la laguna varios ingenios voladores que han despegado de la pista del Aeroclub. Cuento hasta cuatro: una avioneta, un biplano, un ultraligero con cabina cerrada y otro ultraligero de fortuna, montado sobre cuatro barras y un ala delta. Rindo admiración a la intrepidez del piloto de este último cacharro porque, allí arriba, debe hacer un frío del demonio.

Volvemos sobre nuestros pasos hasta el camino que nos llevará hasta la llamada Laguna Chica, que está apenas a medio kilómetro de la Grande y de chica sólo tiene el nombre. Las lluvias la han dejado espléndida, y como tiene forma de pera, todavía parece más larga y caudalosa. Una bandada de patos levanta el vuelo con nuestra presencia, no sin antes dedicarnos un sonoro parpareo. Estas lagunas tienen su importancia en los viajes migratorios de las aves acuáticas a través de la meseta central, y no es raro que acudan a ellas garzas reales y todo tipo de ánades. Tiene también otra caseta de observación para que no molestemos a las aves. La Junta de Comunidades las ha protegido y ha realizado un Plan de Ordenación de Recursos de todo el entorno.

La vuelta hacia Guadalajara la hago por Puebla de Beleña, un pueblo que se alza sobre una de las mesetas que miran al Sorbe. El caserío parece también perfectamente seguro allí en lo alto, del que sobresale la torre con espadaña de su iglesia, del siglo XVII, construida con piedras de sillarejo del lugar.

Me he programado para regresar a Guadalajara antes de comer y me queda todavía tiempo para acercame hasta la presa de Beleña. Para ello tomo la comarcal de Tamajón y cojo luego un desvío a la derecha en dirección a La Mierla. El pueblo se encuentra hundido en un barranco que llaman de Valmierla, tiene una picota desmochada en la plaza y una iglesia, del siglo XVI, con una coqueta torre de sillería perfilando los bordes y cal teñida en el frontal.

Por una carretera en lastimoso estado acabaré llegando hasta las inmediaciones del pantano de Beleña, y después de un breve tramo andando, compruebo que el embalse está casi a tope. Si sigue lloviendo, abrirán el aliviadero lateral, como he visto en otras ocasiones, y el espectáculo merecerá la pena: el agua que se precipita por el aliviadero rompe en el Sorbe emulando a las cascadas naturales, y forma una nube de espuma. Mientras tanto, hay que conformarse con el agua que se escapa con enorme fuerza por el aliviadero del fondo.

A las inmediaciones de la prensa se puede llegar también por Beleña del Sorbe, que está al otro lado del pantano, y cuenta con una de las mejores iglesias románicas de la provincia. Pero ese viaje merece otro capítulo, que ofreceremos otra semana.

LAGUNAS DE BELEÑA

Desde Guadalajara, coger la CM-101 hasta Humanes y en el cruce al final del pueblo, continuar en dirección Tamajón por la CM-1004. A medio kilómetro, en un cruce a la izquierda, tomaremos la GU-197 que pasa por Robledillo de Mohernando. Cruzamos el pueblo y pronto dejaremos a nuestra derecha la pista del Aeroclub. En la intersección con la CM-1001, que va a Casa de Uceda, dejamos el coche junto a un camino agrícola y continuaremos a pie hasta las lagunas. Si rodeamos las dos, haremos unos 6 kilómetros.

Terminada la visita, la CM-1001 nos llevará a Puebla de Beleña y desde allí retornaremos a la 1004, otra vez en dirección a Tamajón. La Mierla es el primer desvío que se coge a la derecha por la GU-189, una carretera local estrecha pero con buen piso. En La Mierla cogemos una carretera que indica «acceso presa de Beleña» y el último tramo, hasta la presa, se hace a pie. También se puede llegar a la presa por el otro lado del río, desde Beleña del Sorbe.

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