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Cierra la farmacia de mi infancia

 

Farmacia Jiménez 19-3-17Cierra la Farmacia de mi infancia

 

FARMACIA JIMÉNEZ,

 

de la calle Miguel Fluiters, 11

 

 

 

 A Jesús Orea, por cuyo artículo en GuadalajaraDiario

 

1. El cierre echado

 

Farmacia Jiménez, paso

junto a ti y han saltado de tus estantes los botes, los tarros y los albarelos…

 

Dos cierres metálicos anuncian tu fracaso,

la ausencia de pasos que ya traspongan el solar de tus suelos.

 

La puerta se ha cerrado,

y la gran ventana escaparate ya no muestra nada dentro.

 

La nada oscura adonde me he asomado

no tenía alma, sino sólo, como un cuerpo,

un espacio

muerto.

 

Fuiste la pasajera de la salud y ahora ha pasado por ti el ocaso.

 

Un manto de polvo aún no se percibe, pero sí guardados secretos,

encerrados tras la penumbra donde estuvieron los botes y los tarros,

los almireces y los morteros,

los recetarios estremecidos por su mucho conocimiento acumulado,

las farmacopeas que recogían las fórmulas y los medicamentos

más acreditados por el uso y la costumbre que, de mano

en mano, fueron pasando como acierto y éxito

asegurado

y certero

desde hace tanto

tiempo…

(Desde hace tanto

tiempo…)

.

 

¡Pasajera de la salud y ahora ha pasado por ti el ocaso!

 

 

II. El silencio

 

 

Los labios de los días ya no se abrirán para decirte: “Buenos días”.

Sólo la lluvia romperá el silencio sobre tus cristales

Y tú misma irás dejando de ser tú misma.

 

Tampoco nadie desencadenará, después de comer, un “buenas tardes”.

Y cuando llegue la noche duradera parecerá que nunca hubieses tenido vida:

“¿Qué había aquí, qué señales

de actividad hubo en este espacio que ahora tiene las rejas caídas?”,

preguntará alguien al cruzar por tus umbrales.

“¿Qué había aquí, en esta esquina,

en estos ventanales?”

 

“¿Qué se guardaba en este espacio muerto que ahora nos mira?”

Y habrá quién no lo sepa, cada vez más, según vayan pasando las edades.

Porque incluso tú misma irás dejando de ser tú misma.

 

¡Pasajera de la salud y ahora ha pasado por ti el ocaso!

 

 

III. El recuerdo

 

 

Pero yo lo diré antes de que el viento arrastre tu recuerdo,

antes de que los fantasmas de las viejas farmacias huyan hasta la rebotica,

antes de después, antes de tarde, antes de luego.

 

Antes de que sangren en silencio del tiempo tus heridas,

antes de todo eso,

antes de que te quedes fría,

he de contarlo, he contarlo. Será sólo un momento,

antes de que te vuelvas fría,

antes de que te cubra el miedo.

 

Antes de que estés del todo vacía,

antes de que te llene el sueño,

¡el sueño que ahora ya te entumece las mejillas!,

antes de que se evapore tu recuerdo.

 

Porque incluso tú misma irás dejando de ser tú misma.

 

¡Pasajera de la salud y ahora ha pasado por ti el ocaso!

 

 

IV. Aquellos años

 

En realidad, no es mucho lo que puedo contar de tus días.

Sólo que eres la primera farmacia que recuerdo.

 

Por eso, has sido siempre mi amiga,

aunque yo haya estado lejos.

 

Al pasar junto a ti se iba atrás mi vida,

a aquellos

amaneceres de entonces cuando todo era nuevo… todavía.

 

Hasta ti me traían, cuando niño, desde un pueblo

y yo me asombraba de que en la enorme vía

-tan estrecha realmente- a la que yo, viajero,

llegaba, hubiera tan de todo como por la calle Mayor se veía:

 

 

V. La gran ciudad pequeña

 

Restaurantes, tejidos, comercios,

zapaterías,

sombreros,

iglesias enormes, bellas capillas,

caramelos,

dulces y mieles en las pastelerías,

 

lunas de escaparates relucientes, espejos,

altos edificios que había que mirar de abajo arriba,

gentes de endomingados aspectos,

bancos que anotaban a mano cantidades precisas ,

jardines con otra clase de bancos y otros asientos,

tiendas de electrodomésticos, neveras, cocinas,

 

palacetes llenos de cerrados párpados que sonaba a invierno,

metales navegantes que semejaban tener prisa

en edificios más modernos,

 

cinemas cercanos, freidurías

de calamares que traían el aroma del mar casi completo,

y debajo de la calle, enseguida

que se pasaba la plaza del Ayuntamiento…

 

 

VI. Y la báscula de contrapeso

 

La farmacia, como una torre o una isla

llena de medicamentos,

donde una báscula había

para que tomaran el peso

que aumentaba día a día

de un niño de pueblo

que quizá luego fuese un poco más abajo, a hacerse unas fotografías,

con una de esas máquinas que hacen retratos que detienen el tiempo.

 

Como ahora mismo, según pasáis la vista

están haciendo estos versos

en esta poesía.

 

¡Tu báscula, farmacia, tu báscula antigua, de contrapeso,

sin nada electrónico, aún la recuerdo!

 

 

VII. Todo inmóvil. ¿Despertarás de un sueño?

 

Tus frascos, y tarros, y fórmulas y ácidos

y elementos químicos y hierbas y cápsulas

y jarabes y sabores agrios,

farmacia,

inmóviles se han quedado,

como una extinta lámpara,

como un sonido olvidado

como un oasis sin agua.

 

¡Si aún no hace un mes que bajé la calle Mayor Baja

y pedí agua de azahar, sin saber que era la última vez

que te vería habitada!

 

Pero tal vez

duermas, farmacia.

 

Sí, tal vez

duermas, farmacia.

 

Quizá tengas un después

y vuelva la vida de alguna forma a tu casa.

 

O acaso sea yo quien lo quiera creer

y el navío del tiempo resulte ser un buque que solamente una vez pasa.

 

Juan Pablo Mañueco

19-3-17

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