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Ruta: desde Majaelrayo a Peñas Bernardas

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El Ocejón, con sus 2.048 metros pelados, no es la montaña más alta de la provincia (de hecho, el Pico del Lobo, en el límite de Guadalajara y Segovia , lo supera en 225 metros), pero para los guadalajareños es, sin duda, nuestra última referencia entre la tierra y el cielo, y seguro que si hiciéramos una encuesta popular, casi todos avalarían tal condición. Hoy vamos a hacer solo el primer tramo, el que va entre el pueblo y Peñas Bernardas, o las Peñas del Bernardo, como es su nombre originario.  Desde ese lugar hasta el Ocejón, ahora hay  nieve, como muestran estas fotografías recientes,  se necesita equipo especial, y lo dejaremos para otro día. Hasta las peñas se puede subir con una botas de montaña. 

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La grandeza del Ocejón es doble. Por estética, no hay otra montaña en el sistema que se nos muestre tan esbelta y orgullosa. En su desafiante soledad, el Ocejón es vigía de las guadalajaras y referencia en lo cotidiano. «Aires fríos nos llegan desde el Ocejón», sentenciamos. Pero también destila un halo mágico, herencia seguramente de los solsticios celtíberos a la luz de la luna llena, que nos hace ir y venir a su llamada irrefrenable. Al Ocejón subimos los guadalajareños con la mente espesa y bajamos tocados por la claridad y el optimismo. Yo lo hago a veces; y funciona. Tal vez porque la mejor manera de descargar problemas es ir liberándolos entre el sudor de la caminata, sin más recompensa que el olor a resina del jaral húmedo, el regazo amable del robledal y el aire cortante que sacude el rostro hasta cambiarlo de color.

Campillejo

El Ocejón nos guiará todo el camino desde que abandonamos Guadalajara por el puente Arabe, dejando a la derecha el feraz bosque de ribera del Henares, hasta llegar al paisaje largo y chato de la Campiña, pintado en verde por el cereal y que se torna pardo con la siega. En Humanes, tomaremos la nueva variante hacia Tamajón,  y entre pinos de repoblación para frenar la erosión de sotillos y penachos de arenisca roja, ascenderemos por una carretera ancha aunque sinuosa, hasta mesetas despobladas que en el horizonte se asoman a las cuencas del Jarama y el Sorbe.

En Tamajón, pararemos para abastecernos de vituallas y bebidas (yo les recomiendo los «preñaos» de pan y chorizo que se dispensan en la misma entrada del pueblo) y el trayecto nos guiará, después de echar un vistazo a su robusta iglesia de enorme sillería, que encontraremos a la salida del casco, hasta el cruce que conecta las dos vertientes de la cuerda montañosa: la de Valverde y la de Majaelrayo.

Esta ruta sigue el camino de Majaelrayo. Pero antes de iniciarlo, guarden al menos un cuarto de hora para detenerse en un paraje de rocas encantadas junto a la ermita de los Enebrales (su puerta siempre está abierta), del que brotan frondosas encinas centenarias y sabinas puntiagudas. Moderaremos la velocidad a continuación hasta salvar una empinada bajada de curvas sinuosas, y en el primer cruce giramos a la derecha, como marca el indicador,  ya que de lo contrario desembocaríamos en el pantano de El Vado.

El trayecto entre Tamajón y Majaelrayo (unos dieciocho kilómetros) discurre entre pueblos de la llamada Arquitectura Negra (Campillejo, El Espinar, Roblelacasa, Campillo de Ranas y Robleluengo), cuya singular y primitiva belleza trataremos en otra ruta.

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Hoy vamos a subir hasta peñas Bernardas, en el camino del Ocejón por su cara noroeste y lo haremos desde Majaelrayo.  Su caserío presenta buenos ejemplos de esa peculiar construcción, pensada para soportar largos periodos de aislamiento y el intenso frío de la serranía. Casas de pizarra, con corrales-patio delanteros delimitados por una tapia baja, un porche que protege la puerta; y en la parte de atrás, corrales para el ganado. Hay algunas que todavía nos ofrecen tipologías de dos plantas, con sugerentes balconadas de madera en el piso superior. Y todas ellas van cubiertas por generosas lajas de pizarra, que se van extendiendo por tejados larguísimos, de gran belleza y profundidad.

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El camino del Ocejón se inicia en las últimas calles del pueblo, justamente donde se ubican unos apartamentos turísticos  construidos en pizarra. Junto a una nave de labor, encontraremos las primeras marcas de pintura amarilla, que nos acompañarán durante todo el recorrido. Dentro del Plan de Arquitectura Negra se acometió una exhaustiva señalización y no tiene pérdida. Hay hasta tiempos estimados, aunque en mi opinión hayb que llevar una buena marcha para cumplirlos. 

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Marcharemos primero por un paraje de huertas diminutas, encercadas en pizarra, hasta llegar al arroyo de los Molinos, que lo salvaremos cruzando un coqueto puente de piedra. El sendero se abre luego entre un campo de jaras, hasta llegar al inicio de la ladera. Comienza una fuerte subida trialera, que se hace cansada porque el cuerpo está todavía frío, pero pronto entraremos en el primer robledal y recuperaremos energías, a medida que nuestro cuerpo se va acomodando a la caminata.

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Hubo una época en que los robles, melojos o rebollos, en el lenguaje del lugar, cubrían grandes extensiones del monte, pero fueron mermando a partir del siglo XIX al ser talados para convertirlos en carbón vegetal. El camino va escalando hacia la izquierda de la ladera hasta llegar a un claro, en el que desemboca el camino más largo de los que vienen desde Campillo de Ranas. Hemos empezado a unos 1.190 metros y vamos por 1.350. Hemos empleados unos 45 minutos.

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Lo que toca ahora es seguir por el camino, que a partir de ahí está totalmente nevado, aunque la nieve está dura y no cuesta demasiado. La ruta nos lleva por nuevas manchas de robles, salpicadas por algunas sabinas, encinas y muy pocos enebros. También se ve algún brezal aislado, y arroyeras que descargan el agua que va acumulando la nieve

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El bosque se hace más frondoso hasta llegar a las Peñas Bernardas, una cresta de rocas irregulares que preside una mediana pradera, a más de 1.600 metros de altura, ideal para descansar y comer de las vituallas que llevaremos en la imprescindible mochila. Desde Peñas Bernardas continúa el empinado camino hasta el Collado Perdices, y desde allí hasta el Ocejoncillo, y luego el Ocejón. Pero ya hemos dicho que lo haremos otro día. Esta vez nos conformamos con esta singular atalaya, desde la que no habiendo nieblas llegamos a ver el pico del Lobo y toda la cadena montañosa que divide las dos castilllas, comunicadas por el puerto de La Quesera. Al otro lado está Segovia y la estación de esquí de La Pinilla.

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Desde Peñas Bernardas apenas se ve el  Ocejón, ya que está parcialmente  tapado por el Ocejoncillo.

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Hemos tardado unas dos horas y cuarto, y tras comer emprendemos el camino de vuelta. Emplearemos una hora y quince minutos, ya que hay que tener cuidado en algunos tramos para no resbalar con la nieve. Majaelrayo y su hostelería nos espera.

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