La fama se la lleva la floración de los cerezos en el Valle del Jerte, cuando los pétalos de la flor de la cereza cubren las colinas del valle cacereño de un manto blanco que nos recuerda al de la nieve. Seguro que alguno de ustedes lo conocerán y, si no es así, personalmente se lo recomiendo. Pero antes no se pierdan otro fenómeno natural de floración, que se está produciendo, en estos días, en el rincón noroeste de la provincia. En la sierra del Ocejón, la primavera tardía y el verano temprano tiñe de blanco el paisaje por la flor de la jara, un arbusto resinoso, de olor intenso, que cubre las laderas bajas de nuestros montes castellanos. La tonalidad cromática de la jara es de color verde oscuro, aunque apenas durante unas semanas. La jara nos muestra una corola formada por cinco pétalos blancos, con pintas rojas, que muda de color a la sierra del Ocejón.
Es la jara en flor todo un espectáculo de la naturaleza, y además breve, como suele ser todo lo bueno. Se produce al final de la primavera, pero tampoco tiene una fecha exacta. Depende de cómo venga el año. Por eso, hace más de un mes, cuando pensé que ya iba tocando, emprendí el camino hacia la sierra del Ocejón.
Primero bajé hasta Retiendas, al cauce del Jarama alto, y me acerqué hasta las inmediaciones de Bonaval (triste, silente y cada vez más arruinado), pero el paisaje era todavía invernal, de jarales y rebollos desnudos. Remonté otra vez el camino hasta la carretera de Tamajón, y tomé la desviación hacia Puebla del Vallés, un pueblo que está al resguardo de espectaculares terreras de arenisca roja que se asoman al cauce del Jarama. Apenas hay unos quince kilómetros en línea recta, pero el paisaje es completamente primaveral. Los capullos de la jara han brotado, animados por el sol, y el blanco lo domina todo.
¿Cómo estarán las estribaciones del Ocejón? Pronto lo descubriré. Cruzo Tamajón, paso junto a su iglesia parroquial, que luce un atrio bellísimo, y apenas a medio kilómetro de la ermita de la Virgen de los Enebrales, compruebo que las jaras estaban floreciendo, y ya del todo lo estarán cuando lean estas líneas.
Ante mis ojos se extiende un tapiz multicolor formado por el amarillo intenso de la genista, el violeta del espliego y la lavándula, el rojo carmesí de la amapola, y el verde oscuro de la sabina y el roble.
Los pueblos negros están lindos. El colorido floral contrasta con el negro de la pizarra en Campillejo, uno de mis favoritos de la Arquitectura Negra, porque es como un diminuto belén, con todos sus elementos constructivos perfectamente dispuestos para la inspección. Continuando la carretera pasamos por El Espinar, un pueblo maltratado por las compañías eléctricas, que han tirado sus cables de cualquier manera. Hay varias casas de dos plantas, con muro de mampostería de pizarra y grandes chimeneas en el tejado, que merecen la pena.
Nos vamos acercando al Ocejón entre praderas salpicadas de robles y cercados de piedras, y a nuestra izquierda queda Campillo de Ranas, cabeza de la municipalidad, un pueblo donde se están abordando interesantes experiencias de turismo rural, y que tiene de todo. Antes del final de la ruta, en Majaelrayo, tomo la carretera de Robleluengo, otra pequeña aldea de una sola calle, pero muy bien dispuesta. Conserva el diseño tradicional en sus viviendas, de una sola planta, todas alineadas y que algún día fueron tainas de pastores. Al final de la calle veo que están remozando su diminuta iglesia, que da fachada a una pequeña plaza, donde hay un juego de bolos, como en cualquier pueblo de la sierra que se precie.
En Majaelrayo también hay juegos de bolos, hotel, casas rurales, restaurantes, bares y muchos turistas que llenan el pueblo cada fin de semana. Hay un jaral blanco e inmenso al inicio del camino del Ocejón, que parte desde las inmediaciones del pueblo.
La jara en flor
La jara es un arbusto que resiste muy bien los intensos periodos de sequía de las épocas veraniegas. Es un arbusto clásico de aquellas zonas donde el bosque ha degenerado por la acción del hombre y la erosión (en el Ocejón la jara tomó el sitio del roble, sobreexplotado para hacer madera y carbón) y suele habitar en suelos pobres en materia orgánica donde el agua no humidifica la tierra. Desprende resina de ládano, de fuerte olor, pringosa y muy inflamable. Se utiliza en perfumería para dar un toque de cuero al perfume y para fijarlo con otras esencias. Los lugareños la usaban para aliviar la tos.
La flor de la jara es muy vistosa por su gran tamaño (7 centímetros de diámetro) y por una serie de manchas oscuras que casi siempre existen sobre la base de los pétalos blancos. La corola está constituida por cinco pétalos blancos y el centro está formado por estambres amarillentos. Aunque por efecto de la resina, la jara inhibe el crecimiento de otras plantas a su lado, en el Ocejón podemos verla conviviendo con lavándulas (izquierda superior), con sabinas (derecha superior), o junto a vistosas genistas de color amarillo (inferior derecha).
La jara aparece en un medio sin enemigos y completo de minerales, proveniente de antiguos árboles quemados, hasta que logra su supremacía, como se aprecia en la fotografía inferior.
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