San Juan de la Cruz estará siempre unido a Pastrana, porque fue en esta Villa Principesca donde salvó la reforma masculina del Carmelo de su naufragio inicial, cuando un grupo de frailes advenedizos y claramente incompetentes intentaron desvirtuar el espíritu teresiano con normas y prácticas perniciosas y absurdas por su rigorismo alienante.
Santa Teresa en su viaje a Pastrana a donde no quería ir a fundar un Carmelo femenino, porque sospechaba que la propuesta de la poderosa Princesa de Éboli era casi inviable, como después se comprobó, cuando murió su marido Ruy Gómez. No obstante, habiendo entendido en una comunicación espiritual que no dejara de ir porque iba a más que aquella fundación femenina, consultando a un gran letrado (teólogo) como acostumbraba siempre para asegurarse de la veracidad de sus visiones y revelaciones, decidió viajar para Pastrana, portando la Regla y las Constituciones de la Reforma.
En Madrid, en el palacio de la princesa Juana, hermana del Rey Felipe II, conoció a dos extraños ermitaños que buscaban normalizar su situación para integrarse en una orden religiosa reformada, uno de ellos se llamaba Mariano Azzaro de 54 años, napolitano aventurero, quien se hacía pasar por una persona respetable, con letras; su compañero Juan Narduch, aprendiz de pintor en la escuela de Sánchez Coello. Conversando con ellos pensó la Santa que podrían ser los pilares para restaurar en Pastrana el espíritu ermitaño de los primeros moradores del Monte Carmelo, ya que el Ruy Gómez, el esposo de la Ana de Mendoza les facilitaba la ermita de San Pedro sita en la parte más alta de un paraje delicioso, en donde se iba a construir el nuevo monasterio. Allí se celebró la primera misa el 13 de julio.
A punto del naufragio
La comunidad incipiente era mínima, compuesta por los dos ermitaños, un fraile peligroso Baltasar Nieto y otro veterano carmelita, el P. Antonio hombre de confianza de Santa Teresa. Las cosas no funcionaron como Madre quería, porque los puntales eran dos ermitaños sin preparación y el P. Antonio no atendía como debía la deriva de aquella pequeña comunidad. El estar el lugar cerca de la Universidad de Alcalá era una promesa de vocaciones excelentes, además del amparo del Príncipe más poderoso de España, un aval para la buena marcha de la reforma. Pero todo esto se vino abajo, cuando los frailes más extremistas impusieron un tipo de vida a los novicios basado en la austeridad pero en las privaciones más extremistas, propuestas por los dos ermitaños italianos, que ignoraban las más elementales tradiciones carmelitas e imponían a los más jóvenes prácticas tan ridículas como las torturas corporales y las excentricidades más esperpénticas y alienantes, contrarias a la sana espiritualidad que la Santa deseaba, pues “su intento era que entrasen buenos talentos que con aspereza se avían de espantar”.
La llegada de fray Juan de la Cruz
Ante el cariz destructivo para la Reforma que suponía aquel sesgo terrible que imponían los ascetas de Pastrana, Santa Teresa pensó que el único que podía remediar aquel desastre era Fr. Juan de la Cruz, quien mejor entendía y vivía lo que deseaba la Madre Teresa para los frailes carmelitas descalzos. Su trabajo en el noviciado de Pastrana fue toda una obra de ingeniería carmelitana. Logró que la alegría y el espíritu positivo que deseaba la Madre fuera una realidad. Nada imponía por fuerza; convencía con dictámenes de buen sentido. Luego se echó de ver en el Noviciado de Pastrana y en toda la casa la eficacia de su magisterio; porque todos andaban alegres, devotos y alentados; parecía aquel convento una celestial colmena de solícitas abejas, ocupadas en labrar panales para la boca de Dios. En palabras más llanas San Juan de la Cruz había salvado la Reforma Teresiana, precisamente de aquellos que luego lo quisieron echar del Carmelo y no lograron porque la noche del 13 al 14 de diciembre de 1591 muere santamente en Úbeda a los 49 años. Se iba a rezar maitines al cielo el más grande los líricos y el más excelso de los místicos. Nos dejó una poesía celestial y divina en El Cántico Espiritual, en Llama de Amor Viva y en Subida al Monte Carmelo.
Fidel García Martínez.
Catedrático Lengua y Literatura. Doctor Filología Románica.
PD Felicito a todos los lectores de GuadalajaraDiario las fiestas de la Natividad del Señor con este maravilloso romance de Juan de Cruz:
//Ya que era llegado el tiempo/ en que de nacer había/ así como desposado/ de su tálamo salía/ abrazado con su esposa/ que en sus brazos traía/ al cual la graciosa Madres/ en un pesebre ponía/ entre unos animales/ que a la sazón allí había/ los hombres decían cantares/ los ángeles melodía/ festejando el desposorio/ que entre tales dos había/pero Dios en el pesebre/allí lloraba y gemía/ que eran joyas que la esposa/ al desposorio traía/ y la Madre estaba en pasmo/ de que tal trueque veía/ el llanto del hombre en Dios/ y en el hombre la alegría/ lo cual del uno y del otro/ tan ajeno ser solía//
Este romance de aparente extrema sencillez, además de la riqueza de su lenguaje figurado, contiene una Cristología que es el Misterio de la Encarnación de Jesucristo, quien asume la naturaleza humana (el llanto del hombre en Dios) sin perder la Divina.