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Una advertencia severísima a España

 

Desde hace mucho tiempo sigo con especial atención las noticias que guardan relación con Ceuta, Melilla, las Canarias, el Sahara Occidental, y, en general, con cuanto tiene que ver con la seguridad –o su falta– en la zona del estrecho de Gibraltar. El interés del que hablo se remonta a los inicios de la década de los ochenta del siglo XX, cuando la suerte –más bien la mala suerte– quiso que sirviera un año como soldado y cabo en la Policía Militar de Ceuta. Fui de muy mala gana, lo aseguro, pero por algún capricho del destino, contra pronóstico, conservé en lo sucesivo a la ciudad caballa en un lugar destacado del corazón. Tal vez por eso he regresado varias veces después de licenciarme; tal vez por igual razón casi cuatro décadas después he escrito un libro, Viento tingitano, y en la madrugada de hoy, en ese momento especial en el que nos preparamos para la realidad del nuevo día mientras Morfeo nos libera suavemente, he creído que se cumplía una pesadilla al escuchar que miles de inmigrantes ilegales, subsaharianos y marroquíes –este último es un detalle demoledor–, habían entrado por la fuerza en Ceuta.

 

Lo que ha sucedido hoy, 18 de mayo de 2021, es un paso de Mohamed VI que va en la misma dirección que con Hasam II, pero es mucho más osado y mucho más peligroso que los anteriores. Lo que ha sucedido hoy, con la total aquiescencia –por no decir impulso– del rey de Marruecos, pone dramáticamente a España frente al espejo y obliga a la nación a tomar decisiones, a poner pie en pared, a reafirmar sus valores, a defender su territorio hasta las últimas consecuencias"

Descubrí en el año 1982 que los ceutíes son tan españoles como yo, que soy castellano, pero que defendían con tenacidad su españolidad porque, quizás, no se consideraban suficientemente apoyados. Descubrí, también, cuan ofendidos se sentían, con toda la razón, si algunos de los foráneos insinuábamos siquiera levemente que, tarde o temprano, Marruecos presionaría más y más para apoderarse de lo que llamaba sus ciudades del Norte. Hassan II manejaba bien los tiempos y los contextos, bien fuera para unificar la opinión pública, para conseguir contrapartidas económicas, o para dar un pasito más hacia sus objetivos últimos. Lo que ha sucedido hoy, 18 de mayo de 2021, es un paso de Mohamed VI que va en la misma dirección, pero que es mucho más osado y mucho más peligroso que los anteriores. Lo que ha sucedido hoy, con la total aquiescencia –por no decir impulso– del rey de Marruecos, pone dramáticamente a España frente al espejo y obliga a la nación a tomar decisiones, a poner pie en pared, a reafirmar sus valores, a defender su territorio hasta las últimas consecuencias, a pedir el apoyo de los aliados, a exigir claridad a algunos de ellos –en particular a los anglosajones–, a no confiar sólo en la suerte como principal defensora de las ciudades de Ceuta y Melilla.

Hoy los ceutíes han quedado atónitos al descubrir miles de inmigrantes ilegales en sus calles, más de la mitad del alumnado –leo– no han acudido a los centros escolares y no es porque sea día de fiesta, Juan Vivas [presidente de la ciudad autónoma] habla de invasión y afirma a continuación que Ceuta vive una situación de excepción y España está en peligro –mucho hay de cierto en lo que dice, aunque falte por fortuna el elemento esencialísimo de la fuerza armada–, Marlaska afirma que se está devolviendo a los inmigrantes en coordinación con el país que ha provocado la situación, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, promete máxima firmeza “para defender Ceuta” mientras despliega al Ejército en la frontera. Es cierto; devolver a los inmigrantes y hablar de defender Ceuta es lo que toca hoy, y no seré yo el que introduzca cizaña en día tan singular, pues hoy todos los españoles debemos tener las ideas muy, muy claras y no confundirnos de culpable. Eso sí, mañana hay que hacer algo más. Mañana hay que pensar en políticas económicas y defensivas de largo alcance, más allá de las palabras de este gobierno o del anterior; mañana hay que estar seguros de que las medidas que se vienen tomando son las correctas, y cambiarlas si no lo son; mañana, en fin, no podemos depender en exclusiva de la buena voluntad teórica de nuestros compañeros de viaje y de la mala voluntad real de quien en un momento determinado puede ser un enemigo muy peligroso.

Es cierto; devolver a los inmigrantes y hablar de defender Ceuta es lo que toca hoy, y no seré yo el que introduzca cizaña en día tan singular, pues hoy todos los españoles debemos tener las ideas muy, muy claras y no confundirnos de culpable. Eso sí, mañana hay que hacer algo más"

Empecemos enseñando Historia y patriotismo afectivo –no chovinista– a nuestros jóvenes. Recordémosles que cuando el Imperio Otomano era inmenso “en las tres partes del mundo”, como escribió Miguel Servía al relatar la batalla de Lepanto, los españoles ya estaban en esa parte de África donde se ubica Ceuta. Desde luego, antes de que Marruecos existiera como es hoy, antes de la paz de Westfalia, del Tratado de Utrecht, del Congreso de Viena, del Tratado de Versalles; mucho antes, desde luego, de la época del colonialismo europeo. Primero con Portugal, mientras formó parte de la Monarquía Hispánica, luego solos cuando Ceuta quiso ser española. Estoy convencido de que una buena parte de los españoles, todavía hoy, no son conscientes de tan evidentes hechos que hacen de Ceuta un territorio tan español como el que más, y que poco tiene que ver con el caso de Gibraltar, pendiente, éste sí, de descolonizar. Como lo fue el Sahara Occidental español en su momento y lo es todavía hoy según la doctrina de las Naciones Unidas al respecto.

La barbaridad inamistosa que ha consentido hoy Marruecos –en este caso es lo mismo consentir que provocar– nos va a dejar a los españoles muy mal sabor de boca. Sin embargo, tal desafuero contiene un elemento muy positivo según mi parecer: es una advertencia severísima a España que ahora no hacemos ya algunos alarmistas sino un país que reclama parte de nuestro territorio. Desde este día no se puede ignorar tal advertencia.

Estoy convencido de que una democracia, más que una dictadura, ha de defender su territorio hasta las últimas consecuencias, por las buenas o por las malas. Porque de no ser así, no sobrevivirá; muchos no querrán estar bajo su inestable paraguas. Y por lo que a mí respecta, aunque en mi tiempo no encontrara precisamente el Paraíso en Ceuta, la ciudad caballa y Melilla son tan España como lo es la entrañable y minúscula aldea, Robleluengo, en la que nací. Si llegado el caso no son de este parecer quienes entonces nos gobiernen, y creen que así desaparecerá definitivamente un problema con Marruecos, descubrirán, con una certidumbre rayana en la certeza, que al día siguiente España, tal como la conocemos, ya no existe. Ni el Rey, ni el Gobierno, ni el Ejército tendrán fuerza suficiente para garantizar por mucho tiempo su integridad territorial.

 

Estoy convencido de que una democracia, más que una dictadura, ha de defender su territorio hasta las últimas consecuencias, por las buenas o por las malas. Porque de no ser así, no sobrevivirá; muchos no querrán estar bajo su inestable paraguas.

Llevo décadas pensando que persiste una gran anomalía que ninguno de los gobiernos del periodo democrático ha intentado siquiera corregir: cambiar desde el punto de vista defensivo el estatus de Ceuta y Melilla, algo que hoy es ya mucho más difícil que ayer. La inactividad suele traer muy malas consecuencias, y España –de eso somos culpables todos sin excepción, y no tal o cual gobierno– se ha comportado como un príncipe perezoso en terminología del denostado creador de la ciencia política moderna. Desgraciadamente, Marruecos lleva mucho tiempo presionando a España, pero ahora, quizás, ha decidido hacerlo de forma más decidida. Desde nuestro ingreso en la OTAN, en 1982, el mundo ha cambiado mucho pero el Tratado de Washington no ha cambiado nada en este aspecto: Ceuta y Melilla están hoy más indefensas que nunca. España debe poner pie en pared, debe despejar en algún momento la duda de si sus aliados son o no fiables en este asunto, de si llegado el momento crítico estaremos o no solos. Pero para pedir respeto a los demás es preciso que nos respetemos previamente, y que nos hagamos respetar. No podemos dar un paso atrás, ni uno solo, en Canarias o en Ceuta y Melilla. Si lo hacemos, estaremos perdidos.

La barbaridad inamistosa que ha consentido hoy Marruecos –en este caso es lo mismo consentir que provocar– nos va a dejar a los españoles muy mal sabor de boca. Sin embargo, tal desafuero contiene un elemento muy positivo según mi parecer: es una advertencia severísima a España que ahora no hacemos ya algunos alarmistas sino un país que reclama parte de nuestro territorio. Desde este día no se puede ignorar tal advertencia. Si llegara a darse la tragedia que escenifico en mi Viento tingitano –en esta ocasión, sí, una autentica invasión militar y de decenas de miles de civiles– nos han de encontrar preparados y con las ideas claras.

Hoy, todos con el presidente del Gobierno, con Juan Vivas y con los hombres al mando del general Escámez; a partir de hoy, el Gobierno tiene que pensar y actuar deprisa.

RUFINO SANZ PEINADO

Rufino Sanz, nacido en Robleluengo, es abogado, fue director general de Administración Local en Castilla-La Mancha, y es autor de la novela "Viento Tingitano" con un argumento que no puede ser más de actualidad y más inquietante: Marruecos ataca Ceuta militarmente con una invasión previa de civiles organizados por el régimen de Mohamed VI.

Esta fue la crítica del libro que publicó Guadalajara Diario, firmada por su directorPULSAR AQUÍ

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