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"Lo que es del común no es de nengún"

 

Pasaron por fin estos días de nevadas y ventiscas. Imagino que, según la edad y circunstancias, cada uno contará la película a su manera. Ya lo decía mi madre: "No es lo mismo la fiesta para el borracho que para el tabernero". Para los niños y jóvenes la nevada habrá supuesto más bien motivo de alegría y regocijo. Para los más mayores, y en la actual coyuntura, motivo de problemas y preocupaciones. Porque, encima de lo que teníamos con la Covid, va y llueve sobre mojado (nieva sobre mojado, quería decir).

Muy bonito al principio sí, lo de los copitos blancos de algodón y eso, posándose mansamente sobre el césped inmaculado. Pero luego vino el tío Paco con la rebaja: calles intransitables, tráfico paralizado, coches atravesados en la calle, heladas, caídas, huesos rotos...Un sin vivir. Y ante los reveses del clima y la adversidad ha pasado lo de siempre: gente solidaria echando una mano, ayudando al vecino, poniendo su granito de arena procurando soluciones y algunos otros que esperan que la ayuda caiga del cielo y que no hacen más que protestar porque el ayuntamiento no ha acabado de limpiar la calle.


"Creo que hay algo que no funciona porque, en estos momentos duros que vivimos, también los ciudadanos debemos implicarnos, hasta donde sea conveniente. Ante las emergencias hay que arrimar el hombro, cada uno en la medida que pueda y deba".

 

Es cierto que los ciudadanos pagamos con nuestros impuestos una serie de servicios y que tenemos derecho a exigir que funcionen. Por aquí yo he visto currar a los de del Ejército a destajo y las máquinas han ido abriendo, poco a poco, las vías de circulación y esparcido sal por las aceras. Creo que uno mismo podía recoger bolsas de sal en algunas instituciones, para arreglar algunos desaguisados de carácter más doméstico en la entrada de la casa o en el patio.

El caso es que se me ha ido la cabeza a mis años infantiles, allí en la Sierra, cuando mi padre, al igual que otros vecinos, tiraba de pala para abrir caminos en la nieve. El camino de mi padre, en el barrio de Las Peñuelas, se juntaba con los de otros vecinos, dando continuidad y vía libre hasta la puerta de la escuela.

Esto pasaba cuando nevaba, pero en la normalidad de la vida cotidiana, tres cuartos de lo mismo: cada vecina se barría su empedrado y todas las familias aportaban una carga de leña para que sus hijos no pasaran frío en la escuela. Además estaban todas las tareas comunales que se hacían por turno, por "adra" decíamos allí. Por adra se cuidaban los rebaños comunales, se acogía a los pobres que pasaban por el pueblo y hasta se hacían los hoyos en el cementerio para enterrar a los difuntos -hoy por ti, mañana por mí-. Por si fuera poco las tareas comunales como el arreglo de caminos, se hacían por "cendera" o hacendera que decían en otros pueblos, "zofra" en muchos pueblos de la zona de Molina.

En la vida cotidiana de nuestros pueblos la aportación directa de la leña para la estufa te daba derecho al disfrute directo del calorcillo, por eso nadie fallaba normalmente y a nadie se le ocurría destrozar un camino que había sido arreglado por todo el vecindario.

 

Nieve 21 Alonso

Ya sé que estos son otros tiempos y que la modernidad nos ha traído, lo digo sin retintín ninguno, muchas ventajas, pero tengo la impresión de que este modelo urbanita debería echar, de vez en cuando, su vista atrás para reflexionar un poco: me parece que nos estamos acostumbrando demasiado a que todo nos lo den solucionado y que el implicar al vecindario en algunas cuestiones tampoco estaría de más. No, no estoy pensando en eludir las obligaciones propias del ayuntamiento, de la región, ni del estado. Pero creo que hay algo que no funciona porque, en estos momentos duros que vivimos, también los ciudadanos debemos implicarnos, hasta donde sea conveniente. Ante las emergencias hay que arrimar el hombro, cada uno en la medida que pueda y deba. Debemos ser conscientes que las instituciones son nuestras, de todos y entre todos hay que cuidarlas. Me da la impresión de que algo no funciona cuando no nos sentimos parte de los proyectos comunes, cuando no defendemos nuestras instituciones, porque no las sentimos nuestras. Es el problema que tienen, a veces, algunas estructuras tan distantes, tan lejanas: no parece que vaya a pasar nada por pensar más en esquilmarlas que en protegerlas y reforzarlas.

En la vida cotidiana de nuestros pueblos la aportación directa de la leña para la estufa te daba derecho al disfrute directo del calorcillo, por eso nadie fallaba normalmente y a nadie se le ocurría destrozar un camino que había sido arreglado por todo el vecindario.

Con todo y con eso aquellas formas de vida comunales, teóricamente tan perfectas, también entraron en crisis, debido a los malos usos y a la mala administración. Situación que refleja el dicho "Lo que es del común no es de nengún", que recoge Araúz de Robles en su libro "Los desiertos de la cultura".

 José Antonio Alonso

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