A favor del trasvase

 

Entiendo la frustración de los habitantes de las comarcas afectadas por el trasvase Tajo – Segura, pero menos los argumentos que se esgrimen en la Región para defender sus intereses y el hábitat del largo río ibérico. Se me antojan romos, recurrentes, vacuos, estériles, poco eficaces a lo largo de las décadas.

Veo en la prensa estos días las manifestaciones bienintencionadas de los pueblos ribereños y estoy seguro de que esa película ya la he visto. Oigo que el gobierno de Castilla–La Mancha va a recurrir el último trasvase y digo para mí lo que siempre dije: que es su obligación pero que tiene la misma eficacia práctica que procesar a un muerto, por mucho que una casi segura victoria jurídica póstuma reconozca los justos títulos de la Región y tenga, por ello, algún significado (Carlos II hizo desenterrar a Cromwell para colgarlo, quemarlo y esparcir sus cenizas por Inglaterra, y algún significado tuvo). Escucho hablar de la preferencia de la cuenca cedente –situación jurídica, desde luego, indiscutible–, y recuerdo que son dos y no uno los graves ataques que ha sufrido este principio sagrado: uno, el trasvase al Levante; otro, la tubería a la llanura manchega (con ambas actuaciones estoy de acuerdo en determinadas condiciones, y absolutamente en contra en otras). Escucho al presidente de Castilla–La Mancha volver al eficaz (en su tiempo) argumentario de Bono y Barreda sobre la necesidad de que el Trasvase acabe, y quiero pensar que lo que quiere García–Page es que acabe en su actual concepción (que no es lo mismo). Presto atención a lo que dice otro barón del Partido Socialista, el valenciano Ximo Puig, que entiende la situación actual como justa y adecuada al interés general, y estoy de acuerdo con él en una parte (los regadíos en el Levante son de interés nacional) y en otra no (su indolencia, casi indiferencia, ante la situación del Tajo; una cosa es defender los propios intereses y otra bien diferente defender sólo los intereses propios, algo más característico de hombres pequeños que de estadistas).

Como sucede en todos los asuntos complejos, y éste lo es, es muy probable que cada uno tenga una parte de razón y nadie la tenga por completo. Tal vez para aproximarse a este problema sea preciso –y previo– menos apasionamiento, más equidad, y, sobre todo, partir de tres postulados básicos: a) que en la actual concepción del Trasvase, sin hechos nuevos, es difícil introducir variaciones sustanciales; b) que han de combinarse los legítimos intereses de todos los territorios, la suma de los cuales –con su debe y su haber– constituyen el interés general de España; y c) que las posturas manidas y demagógicas sólo sirven para entretener un rato al respetable, sobre todo cuando el calor aprieta.

Quienes hablan de la preferencia de la cuenca cedente para justificar una tubería a la llanura manchega  incurren en manifiesto error. La tubería manchega es otro trasvase, otra carga que soporta el río Tajo. Ni Ciudad Real ni Albacete pertenecen a la “cuenca cedente” del Tajo, torpemente confundido el concepto con una especie de “cuenca regional”, como si se pudiera regionalizar el caudal ecológico o la biodiversidad de un río. No es la preferencia de la cuenca cedente lo que justifica trasvasar agua a La Mancha; es, muy al contrario, la pertenencia de La Seca a España, su derecho a desarrollarse, su derecho a tener agua de calidad, su condición de ser parte de un territorio que forma parte de una comunidad autónoma, la castellano–manchega, que tiene estatutariamente atribuida la competencia de procurar el desarrollo regional dentro de la competencia de planificación económica general (incluida la hidrológica) que tiene atribuidael Estado. Difícil de entender, no parece. Buscar ese punto intermedio resultado de conciliar competencias urbanísticas, medioambientales,de regadíos,de desarrollo industrial, es la clave. Lo demás, entretenimiento estival y paloteo liviano entre el Levante y la Submeseta Sur.

En su actual concepción, el trasvase Tajo –Segura es una barbaridad. Lo era ya en el momento de su construcción, pero hechos sobrevenidos –unos jurídicos y otros relativos al medio físico– han convertido una situación injusta en una situación insostenible. Como hechos jurídicos nuevos pueden citarse el surgimiento y consolidación de las comunidades autónomas, junto con una normativa medioambiental más exigente; entre los hechos físicos un menor aporte del río Tajo, un aumento del regadío, y una mayor presión demográfica. La conurbación madrileña impone sus reglas: el gran río peninsular es la cloaca máxima de la gran ciudad; el río Jarama deja de existir como tal en el pantano de El Vado, y las aguas que le son devueltas camino de Aranjuez no tienen nada que ver con las que entregó unos kilómetros más arriba.

Resulta, pues, que el río Tajo sufre dos ataques fundamentales y no uno: el trasvase Tajo–Segura (con su variante manchega) y la tremenda agresión procedente de los seis millones y medio de personas que se aposentan en su propia cuenca, en la “cuenca cedente”. Si desapareciera el Trasvase la situación del río mejoraría algo, pero, aún así, los efectos perversos derivados de la existencia de la gran ciudad se dejarían notar aguas abajo, de eso hay pocas dudas. Madrid, querámoslo o no, absorbe agua limpia del Jarama, del Lozoya, del Manzanares, del Alberche…, y devuelve agua sucia, mucha agua sucia.

Razón suficiente (la anterior) para que desaparezca el Trasvase, se podrá argumentar. Puede ser; es un argumento como otro cualquiera: si desapareciera, el río se tornaría algo más limpio (al aumentar su caudal), y habría más posibilidades de desarrollo “en la cuenca cedente” (menos, claro, en el Levante). Es legítimo, desde luego, discutir el acueducto del río Colorado (unos 150 kilómetros de túneles, me dijeron), que suministra agua a muchos millones de habitantes del Sur de California (donde nunca llueve, canta Albert Hammond). A un lugar, para colmo, en el que hay por doquier mansiones con piscina, campos de golf y –aunque sea en la vecina Nevada– una ciudad en el desierto en la que se cultiva el culto al agua en espacios públicos, hoteles y casinos. Es legítimo, igualmente, defender que acabe el trasvase Tajo –Segura (y los otros que existen en España), y que cada “cuenca cedente” se arregle con lo suyo. Volvamos a una autarquía de cuencas no cedentes, podrían decir, complacidos, los puristas.

No es, desde luego, mi postura. Una cosa es corregir excesos, y otra muy diferente colocarse fuera de la realidad. Es más que razonable (de estricta justicia y de buena política) garantizar el acceso al agua en los lugares por los que transcurre; es una exigencia garantizar el caudal ecológico en el río y la vida que a ello ha de ir unida; es legítimo buscar el desarrollo regional, más allá, incluso, de la “cuenca cedente” (y sin necesidad de tener que recurrir a trampas terminológicas, ya he dicho lo que es la tubería manchega: un trasvase). No es razonable (por ir contra la realidad y contra el interés nacional) suprimir, sin alternativas, el trasvase Tajo – Segura; no es admisible la persistencia de un sistema de depuración de aguas tan insuficiente como el que tienen los municipios de la comunidad de Madrid; es estéril seguir insistiendo en planteamientos que no pueden llevarse a cabo si no hay un cambio en las circunstancias.

Quizás es eso; tal vez las que tienen que variar son las circunstancias, tal vez hay que reprogramar la partida y repartir cartas adicionales. Rescataré de la memoria lo que leí hace poco en un buen libro: se pueden recorrer tres mil kilómetros en las grandes llanuras de los Estados Unidos, en la taiga rusa, en las campiñas rusas, bielorrusas y ucranianas, en los grandes desiertos subtropicales, en la amazonia, o en las masas montañosas de Asia o de los Andes, sin que el paisaje cambie sustancialmente. En Europa occidental no es posible; menos aún en la Península Ibérica, un continente en miniatura, la negación misma de la monotonía: clima atlántico, suave y lluvioso; clima continental, más extremado; clima mediterráneo, no sólo en el arco mediterráneo; clima subtropical, del sureste de España.

Lo curioso del trasvase Tajo–Segura es que lleva el agua de la España seca a la España aún más seca. Y encima lo hace de un río que ha de suministrar agua (a través de sus principales afluentes) a la mayor aglomeración urbana del país. Y cuando los gobernantes se arremangaron por una vez para hacer algo que se pareciera a un Plan Hidrológico Nacional, los errores cometidos (aunque Castilla–La Mancha estuviera de acuerdo con ellos) se me antojaron notables. Desde luego, nadie discutió (por ser poco discutible) el derecho de los levantinos a tener agua; pero la solución planteada (trasvasar desde la desembocadura del Ebro) creo que no es realista. El Ebro, como el Tajo, está sometido a una notable presión demográfica y agrícola; sus pantanos (salvo los de cabecera) no reúnen las condiciones óptimas de Entrepeñas y Buendía; su cuenca media es muy poco elevada sobre el nivel del mar; su desembocadura es cada vez más salina (véase de dónde parten los canales que irrigan los arrozales del Delta) y un eventual trasvase en su tramo final tendría demoledores efectos sobre un ecosistema único y tan delicado. Me parece que el boca a boca que necesita el río Tajo (y el Levante) no puede ser proporcionado ni mediante una autotransfusión desde el Tajo Medio, ni por el río Ebro.

España tiene clima entre oceánico y continental en el Norte. Consecuencia de ello, ríos de grandes aportes en invierno, y algunos en abril y mayo  (cuando se produce el deshielo en la Cordillera Cantábrica). Ríos que no están sometidos a la presión demográfica y agrícola a la que sí están sometidos el Tajo y el Ebro. Ríos, en definitiva, a los que les sobra agua en los meses invernales y primaverales, y que deben ser intocables el resto del año. Agua que tal vez pudiera almacenarse en los aljibes de Entrepeñas y Buendía, que tal vez pudiera mejorar algo la cuenca del Tajo y la posición relativa de los municipios ribereños, que seguramente daría estabilidad a los aportes que ha de recibir el Levante. Porque el Levante –abandonemos de una vez las posturas más irredentas– necesita también agua, y España necesita que el Levante cree riqueza con ella.

Sería interesante que Castilla–La Mancha introdujera elementos nuevos en el debate. Es necesario superar un planteamiento que descansa en la protesta por la queja no atendida, y en un proceso a los trasvases ya consumidos. Debe considerarse insuficiente la escenificación de ese enfrentamiento liviano con las comunidades valenciana, murciana y andaluza, conscientes todos de que, en realidad, nada o casi nada cambiará, nada se tocará.

Me parece que este debate se ha quedado viejo dentro de sus estrechas coordenadas, y que fórmulas antiguas no tendrán en los nuevos tiempos la eficacia política (sólo política, pues ninguna otra tuvieron) que antaño demostraron. Nunca más cierto lo que dijo aquél griego, Heráclito (creo): todo fluye, somos y no somos, no podemos ingresar dos veces en el mismo río. Ni utilizar permanentemente argumentos manidos que sólo conducen a la insatisfacción y a la frustración de los que algo esperan.

Esta gran obra desde la Cordillera Cantábrica será realidad tarde o temprano, eso es seguro: la tecnología lo permite, la economía del país la necesita, y la cohesión de la Nación la pide a gritos. La incognita a despejar es si habremos de esperar a que nuestros nietos la ejecuten, o si, al menos, nos atrevemos a iniciar el debate. Un debate que debería superar otros agotados y contumazmente estériles; y que es, quizás, el único capaz de ofrecer alguna solución realista al lamentable estado de la cuenca del Tajo.

La solución está en el Duero 

Terminaré con un par de datos para la reflexión. 1) El caudal medio del Tajo en Trillo (un poco antes de que el río comience a embalsarse) no llega a 20 metros cúbicos por segundo; el del Esla, en su desembocadura en el Duero (después de ser embalsado y derivados sus canales de riego), siete veces más cuando menos (hasta 180 metros cúbicos por segundo según otras fuentes). 2) La desembocadura del Esla en el Duero se produce todavía a 690 metros de altitud; la cota de cauce en la presa de Entrepeñas está a 644 metros de altitud. Desde luego, una hipotética derivación desde el río Esla no tiene porque producirse desde la desembocadura. Por otra parte, no parece que planteadas las cosas como se plantean resulte afectado, con excesos intolerables, el régimen internacional del río Duero, ni la producción hidroeléctrica (ciertamente notable en esta zona) más allá de límites razonables.

Asunto complicado, sin duda. De temer es el recio ser y el seguro contestar de leoneses y castellanos, si las cosas no se plantean bien, si no se cuenta con su auto convencimiento, si no son sensibles a una idea de patriotismo efectivo y afectivo (único patriotismo tolerable y útil). Desde luego, la operación se antoja complicada; es más fácil, claro está, no hacer nada. O, lo que es lo mismo, convocar de vez en cuando una manifestación en la cabecera o en Talavera, recordar la preferencia de la “cuenca cedente” y decir que conceptualmente no es lo mismo derivar agua a La Mancha que al Levante, y pedir la anulación de éste o aquél trasvase abusivo antes de que engorde el fruto de los naranjos que con el líquido elemento se irrigaron. “No es  menester estarse quieto para no hacer nada” –solía decirme mi padre cuando no le convencía algo de lo que hacía.

Es preciso introducir elementos nuevos en el debate, al menos eso. No parece tanto.

Rufino Sanz Peinado

 

Rufino Sanz es abogado y fue director general de Administración Local en Castilla-La Mancha.  

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