40 años de la inundación de Alcorlo a causa del embalse

 
alcorlo82-5Una imagen muy triste recogida por la cámara de Luis Barra a principios de febrero de 1982 donde se ve a un vecino de Alcorlo arrastrar a un cabritillo que tenía en el corral de su casa antes de ser demolida por los buldócer del Ministerio de Obras Públicas. /LUIS BARRA (Archivo Flores y Abejas). Sus últimos habitantes fueron desalojados por el Gobierno a finales de enero y principios de febrero de 1982 e inmediatamente se demolieron sus casas.

 Alcorlo era un precioso pueblo de piedra y pizarra ubicado en el valle del río Bornoba, en el final de la Campiña, o si se prefiere, en el comienzo de la Sierra. Desapareció anegado por las aguas de un embalse que hoy lleva su nombre, dejando huérfanos de raíces a los más de cien vecinos que allí vivían. La muerte de Alcorlo se produjo primero en los despachos, lenta y paulatinamente... hasta que en los últimos días de enero de 1982 llegó la puntilla definitiva. De modo sorpresivo, operarios de la Confederación Hidrográfica del Tajo y el Ministerio de Obras Públicas destruyeron, en menos de 48 horas, todas las casas que continuaban en pie. La presión de los agricultores de la Vega del Henares desencadenó la demolición: El fin de la historia de un pueblo suponía la esperanza de vida para otros. Ya han pasado 20 años.

alcorlo82-2Última foto de Alcorlo antes de ser anegado por las aguas y del derribo de sus casas. /LUIS BARRA (Archivo de Flores y Abejas).

Alcorlo, demolido». Este titular, a dos columnas y en mayúsculas, aparecía en la primera página del primer número del mes de febrero de 1982 del viejo «Flores y Abejas». El pequeño pueblo del valle del Bornova, en plena transición entre la Sierra y la Campiña, había sido tomado unos pocos días antes, exactamente entre el 28 y el 30 de enero, por máquinas excavadoras del Ministerio de Obras Públicas, 30 operarios de la Confederación Hidrográfica del Tajo, y una dotada guarnición de la Guardia Civil pertrechada con sus armas. Así, de forma brusca, traumática, colérica incluso, se ponía fin a la historia de una localidad llamada a ser pasto de las aguas.alcorlo1Los últimos vecinos de Alcorlo miran una casa recien derribada por orden del Ministerio para que el proceso de inundación pudiera continuar./LUIS BARRA (Archivo Flores y Abejas).

Alcorlo moría en los últimos días de enero de forma irremisible, y por la fuerza. Sus vecinos sabían bien, desde mucho tiempo atrás, cuál iba a ser su destino. Pero seguían haciendo oposición, se negaban a abandonar sus casas como medida de presión. Buscaban conseguir mejores indemnizaciones que las ya cobradas, y sobre todo, querían que la autoridad competente se hiciera cargo de la construcción de lo que entonces se dio en llamar como «un nuevo Alcorlo».

Ocupación militar

Pero la Confederación, más presionada aún por los agricultores de la vega del Henares, tenía prisa en ejecutar una sentencia de muerte largamente dilatada. Y esta, la ocupación cuasimilitar de Alcorlo, hasta dejar el pueblo arrasado como si hubiera sido bombardeado, se vio como la única solución. «Se había pedido reiteradamente a los habitantes que aún permanecían en Alcorlo -en aquellos momentos, alrededor de 30- que procedieran al desalojo, ya que debería darse utilidad a la presa, y con su presencia en el pueblo no se podía embalsar agua. Como este desalojo voluntario no se había producido, el Ministerio dio la orden de hacerlo mediante la demolición, y eso es lo que se ha hecho». Esta declaración era la explicación oficial que ofrecía en las páginas de nuestro semanario Luis Zapico, el entonces director de la Confederación Hidrográfica del Tajo. Habían sido recogidas por un joven reportero del «Flores», de apenas 20 años, y que atendía por Jesús Orea.

alcorlo82-3Los últimos vecinos que resistían en Alcorlo mantuvieron un pulso con el ministerio, que tuvo que cerrar las compuertas de la presa para que no se inundara el pueblo con ellos dentro. Por eso optaron por derribar sus casas, que habían sido expropiadas, aunque los vecinos no estaban de acuerdo con las valoraciones. /LUIS BARRA (Flores y Abejas).

Orea, junto al fotógrafo Luis Barra, fueron los dos únicos periodistas que estuvieron presentes en Alcorlo durante su demolición. «Cubrir aquella información me marcó de manera muy significativa. Me dolía especialmente contar el destino de un pueblo que se estaba muriendo anónimamente, sin ayudas de nadie, mientras en León, Riaño, que atravesaba la misma situación, era constante fuente de reportajes a nivel nacional», recuerda con nostalgia quien en el 20 aniversario de la demolición era el edil de Festejos del consistorio capitalino.

Los vecinos sintieron rabia e impotencia.

Fue un avasallamiento sin precedentes y la antesala de una diáspora irremediable. Hoy, 20 años después, localizar a los antiguos moradores que siguen vivos es harto difícil. Unos pocos, exactamente cinco, viven en el vecino pueblo de San Andrés del Congosto. Otros están desperdigados por distintas localidades de la provincia (Arbancón, Espinosa, Humanes...), por la propia capital, y sobre todo, en grandes ciudades como Madrid o Barcelona.alcorlo82-1Una de las casas recien derribadas por el Ministerio y la presa, al fondo. /LUIS BARRA (Flores y Abejas).

Hablar con ellos es también complicado. La mayoría dicen preferir no remover el recuerdo. Duele demasiado. Aún hoy, cuando han pasado 20 años de la muerte del lugar que les vio nacer a ellos, a sus padres y a sus abuelos, para muchos hijos de Alcorlo es mejor «no mentar» el asunto.

No es agradable que un periodista se acerque y pregunte. Y si responden, la indignación empapa su boca, aprieta sus corazones, y tiñe sus ojos de vidrio. «Aquello fue muy triste porque, sobre todo, consiguieron dividir a un pueblo unido.

Muchos de nosotros no nos hemos vuelto a ver nunca más, y eso no hay dinero que lo pague», comenta Luis Esteban, un ganadero de 44 años que ahora vive en San Andrés. Luis, junto a sus hermanos y su madre, fue de los pocos habitantes que aguardaron en Alcorlo hasta el final, hasta ese mismo 29 de enero de 1982, día de San Valerio, en que su hogar fue brutalmente derribado.

Se niegan a recordar

También vive en San Andrés del Congosto el matrimonio formado por Martín Ayllón y su esposa Julia. Regentan una pequeña tienda, como antaño hicieron en Alcorlo con una taberna, y también fueron de aquellos vecinos que vivieron un día de San Valerio tan triste como inolvidable... Pero sin embargo, ambos se niegan a recordar. Julia, una recia y simpática señora, lo justifica con un ejemplo claro: «Me da tanta pena que prefiero no comentarlo. ¿Cómo se sentiría usted si le hubieran inundado su pueblo, tendría ganas de hablar?» Mientras, su esposo, que tampoco quiere manifestarse, repite mecánicamente que «aquello fue muy duro, muy duro, muy duro...»

"Nos trataron como a fugitivos"

Cargada de ira, con el recuerdo tan anegado por el dolor como su pueblo lo está por las aguas, encontramos, vega del Henares abajo, a Juana, otra vecina de Alcorlo. Juana vive en Espinosa, y no tiene pelos en la lengua: «Se comportaron con nosotros -los responsables del Ministerio y la CHT- como auténticos sinvergüenzas. Llegaron con soldados que apuntaban con sus fusiles y destrozaron las casas delante de nuestras narices. Nos trataron como a fugitivos», brama. Y también en Espinosa, en una vivienda tutelada para ancianos, viven Hilario Alcorlo y su mujer, ambos hijos de la localidad con la que comparten apellido. A Hilario, octogenario, se le agolpan los recuerdos cuando habla de su pueblo. Pero una cosa le queda clara: «Nos pagaron rematadamente mal. Con el dinero que nos dieron ni siquiera me alcanzó para comprarme la nueva vivienda cuando me fui a vivir a Humanes». Las escasas compensaciones son también objeto de crítica por parte de Luis Esteban: «Yo sé que el agua es necesaria, pero nos pagaron fatal. Aquello no fue una manera adecuada de echarnos del pueblo. Cuando se aprobó el embalse mandaba Franco, por lo que nadie pudo abrir la boca. Luego, cuando llegó el desalojo, la decisión ya estaba tomada, y no pudimos hacer nada».

alcorlo81-2El joven reportero Jesús Orea fue testigo del desalojo y llegó con su coche hasta una carretera que había empezado a inundarse. / LUIS BARRA (Flores y Abejas).

Un nuevo tributo al progreso

Más alejado de la visceralidad, con la objetividad que da la mirada desprovista de intereses particulares, el joven reportero Orea escribía en el mismo número del 3 de febrero de 1982 una columna de opinión que completaba la información ofrecida por su misma pluma. Decía entonces: «La muerte de Alcorlo es un nuevo tributo que el progreso se toma de Guadalajara, un tributo demasiado alto para los que, de mayor o menor manera, han estado vinculados a este pueblo; pero un tributo que asegurará cosechas, y en consecuencia vida, para muchos agricultores de la Vega del Henares. El gesto de las gentes de Alcorlo, contemplando a su pueblo demolido, será una de las impresiones que jamás podré olvidar: nervios, incredulidad, impotencia y desolación desangelaban un ambiente poco acogedor...».

El antiguo redactor mantiene todavía, en la retina, las imágenes que plasmó en tinta negra sobre páginas blancas hace justamente 20 años. Su valoración del suceso es, pues, altamente coincidente. Orea recuerda que el día de la demolición se topó con gentes abatidas, pero activas: «Una de las cosas que más me llamó la atención es que no me encontré a nadie que no estuviera haciendo algo. Recogían enseres, ganado, hacían maletas... Eso sí, había una dura sensación de abandono del pueblo que les había visto nacer». Y lo más curioso es que, pese a la tensión, no se produjo ni un solo enfrentamiento: «Efectivamente, no hubo violencia; sólo reproches, muchos reproches, y algunas lágrimas, aunque pocas -recuerda Orea-. Yo creo que la gente no lloraba porque en esa Sierra de Guadalajara, y en aquella época dura y difícil, ya no quedaba ninguna lágrima por echar. Sólo había desolación y desarraigo en las miradas de unas personas que tenían el cuerpo apaleado y el alma herida».

Un proceso muy largo

Aquellos días, jueves 28 y viernes 29 de enero de 1982, supusieron la puntilla sobre la cerviz de un pueblo bravo, Alcorlo, que había desfallecido de tanto batallar en el ruedo de los despachos. Pero sólo fue la puntilla, porque la lidia había comenzado mucho antes.laynaalcorlo1Una vista de la garganta del Bornoba donde se construyó la presa./ Foto: LAYNA SERRANO.

El proceso de creación de un pantano no fue fruto de la imaginación de ningún político a finales de los 70. El proyecto de embalsar agua en el valle donde se asentaba el bello pueblo de Alcorlo era muy anterior; hay quien dice que incluso se remonta a la época de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera. Pero los años fueron pasando sin que el agua llegara a anegar el pueblo. De hecho, la provincia de Guadalajara vio como, antes que Alcorlo, hubo otros municipios que vivieron procesos similares. Como cuando el embalse de Entrepeñas, en los años 50, cubrió las desaparecidas localidades de Santa María de Poyos o La Isabela.

Sin embargo, la recta final de esta batalla comenzó a librarse a finales de los 80, con el comienzo de los trabajos para la construcción de la presa. Y las luces rojas, el definitivo viaje sin retorno, se produjo un año antes de la demolición, concretamente el 10 de febrero de 1981. Ese día, a las siete y media de la tarde, se cerraban por primera vez en la historia las puertas de la recién construida presa; y consecuentemente, el Bornova encontraba un obstáculo a su paso, gracias al cual, comenzaba a acumularse agua. «Flores y Abejas» recogía el hecho en la primera página de su número del 18 de febrero: «El pantano de Alcorlo ya está embalsando agua», decía el titular de la información, al que acompañaba un explicativo y meridiano antetitular: «Gracias a la intervención de la APAG». Y es que, efectivamente, ese era el nudo gordiano de la historia del embalse de Alcorlo: Una enconada lucha de intereses entre los vecinos del pueblo y los regantes de la Vega del Henares. Mientras los unos presionaban para que les aumentasen unas escasas indemnizaciones cobradas años antes -y no totalmente pagadas, pues aún no se habían abonado los denominados «daños indirectos» - los otros veían cómo la sequía, cada vez más preocupante en aquellos primeros 80, amenazaba con arruinarles. Y la Asociación Provincial de Agricultores y Ganaderos, que entonces presidía Manuel Portillo, presionó hasta la extenuación para que, de una vez por todas, comenzara el dilatadísimo proceso de embalsado de agua. Aquel conflicto explica casi todo, pues la muerte de Alcorlo suponía la vida para otros pueblos aguas abajo. «No queremos pisotear a nadie. Que se les pague lo que en justicia les corresponde para que se puedan marchar. Pero los labradores de la Vega del Henares nos jugamos la ruina de nuestras casas y nuestro propio trabajo, y Alcorlo puede ser todavía nuestra salvación», declaraba a «Flores y Abejas» el entonces presidente de la APAG.camarilloalcorlo2Foto histórica de Alcorlo tomada por Tomás Camarillo, cuyo archivo fotográfico custodia la Diputación de Guadalajara.

Y por eso la lucha de los vecinos fue solitaria. Por eso, y quizá también porque la muerte de Alcorlo era, en definitiva, la muerte de un pueblo más, como explica Orea: «La evolución social de la provincia había provocado, a lo largo de años anteriores, la desaparición de otros muchos municipios, que aunque de forma menos traumática -sin agua por encima-, también habían muerto por la sangría de su población. Por eso a la gente de la provincia tampoco le sorprendió tanto la muerte de Alcorlo, que fue una muerte asistida, sí, pero una más».

Apenas dos meses después del cierre de las compuertas la situación se colocaba en un punto de máxima tensión: El agua llegaba a apenas 50 metros de distancia de las primeras casas del pueblo, aunque muchos habitantes, cerca de una treintena, seguían viviendo en él, pues aún no se habían cobrado los famosos «daños indirectos» esto es, se habían pagado sólo los terrenos expropiados-.

Compuertas abiertas para no ahogarlos

bernalalcorloUna mujer pesa unas judías en Alcorlo. La foto fue tomada por Santiago Bernal. «Alcorlo, la muerte a sus pies», titulaba a este propósito el propio Jesús Orea el reportaje que recogía, en su última página, el «Flores y Abejas» del 8 de abril de 1981. La grave situación propició la «marcha atrás» de los responsables de la CHT, quienes, el día 23 de ese mismo mes de abril, se vieron obligados a reabrir de nuevo las compuertas para no ahogar a los alcorlanos en vida. «La Confederación Hidrográfica del Tajo ha abierto las compuertas de la presa de Alcorlo para mantener el agua en la cota 867 y que no llegue a las casas del pueblo antes de que se hayan pagado a los vecinos los perjuicios indirectos», explicaba el «Flores y Abejas» del 6 de mayo de aquel año. Consecuentemente, los agricultores montaron en cólera, y a través de sus representantes en la Cámara Agraria Provincial, APAG, Sindicato de Riegos, Comunidad de Regantes del Henares y el Jurado de Riegos, elaboraron un comunicado tremendamente crítico con la CHT. Y las autoridades políticas, indecisas en medio de este «pim-pam-pum», volvieron a cerrar las compuertas a las dos semanas.

alcorlo81-3Últimos días de Alcorlo. Foto LUIS BARRA (Flores y Abejas).

En este abrir y cerrar, cerrar y volver a abrir compuertas, se vio inmerso el pueblo de Alcorlo varias veces más a lo largo del año 81. Así, el 17 de junio se reunía la Comisión Provincial de Gobierno, que anunciaba que se iba a proceder al desalojo de los habitantes a partir del día 26 de ese mismo mes; lo que no se hizo. En noviembre, volvieron a abrirse las compuertas; a mediados de diciembre, se volvieron a cerrar, y antes de que acabara el año, el día 29, de nuevo volvieron a abrirse. Pero aquel fue el último respiro de los vecinos de Alcorlo antes de la sorpresiva y pseudomilitar demolición, acaecida finalmente en los últimos días del mes de enero de 1982. Los agricultores, entonces sí y de manera definitiva, habían ganado la batalla del agua.

alcorlo5El agua, a las puertas de Alcorlo. Foto SANTIAGO BARRA.

Menos regadíos de los previstos

Sin embargo, 20 años después de la muerte de Alcorlo, se puede decir sin ambages que el destino no ha cumplido con las expectativas de aquellos agricultores.

La esperada abundancia y riqueza que iban a producir los regadíos en la Vega del Henares no se ha traducido en números. De hecho, y según reconocía el presidente de la APAG, Antonio Zahonero (quien era vicepresidente en la época de Manuel Portillo), en la Vega del Henares no se ha desarrollado ni uno solo de aquellos regadíos previstos. Sin embargo, Zahonero defiende la vigencia de la construcción del embalse, y lo justifica en los que sí se han desarrollado los de aguas abajo del Bornova, en la zona de Jadraque, Membrillera, Espinosa de Henares y otros pueblos. «Aquella primera fase de regadíos se llevó a cabo con éxito; si no con plenitud, sí en su inmensa mayoría, aunque aún es susceptible de ampliación. Sin embargo, el desarrollo de los regadíos del Henares es muy difícil que se haga a estas alturas. Los costos son muy elevados, y no creo que ahora ni siquiera haya agua para ello, porque la propia situación del consumo ha cambiado mucho, y la agricultura ya no es la principal fuente de riqueza, ni siquiera en esa zona. De todas maneras, los regadíos del Bornova sí han creado una riqueza en unos pueblos que, si no, estarían abocados a la misma pobreza que hay en otras zonas de Guadalajara de secano rabioso», asegura Zahonero.

Agua de Alcorlo para la MAS

Zahonero también abunda en una situación novedosa: Como consecuencia de la fuerte sequía que padece la presa de Beleña, que da de beber a toda la Mancomunidad de Aguas del Sorbe, está en vías de aprobación la construcción de una derivación de agua desde el embalse de Alcorlo. [Que en la actualidad se ha realizado, pero no a la inversa].

Si las dificultades en Beleña persisten un par de meses más, es muy posible que ciudades como la capital y la propia Alcalá tengan que utilizar, para consumo humano, aguas provenientes de Alcorlo. 20 años después de la inundación de aquel pueblo, es fácil que miles de alcarreños acabemos bebiéndonos el agua que cubre las viejas casas. Así que, si dentro de unos meses notan un sabor salado en el líquido elemento, podrán colegir que quizás una lágrima de algún vecino de Alcorlo se ha colado, por descuido, en el grifo de su casa.

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Este reportaje de Oscar Cuevas fue publicado, con motivo del 20 aniversario de la demolición de Alcorlo, el 22 de febrero de 2002 en la revista El Decano, editada por Teleroro Medios SL, y dirigida por Santiago Barra.

alcorlo2Los buldozer del gobierno solo dejaron en pie la iglesia de Alcorlo, en esta imagen del día de la demolición. /LUIS BARRA (Flores y Abejas).

La Iglesia, lo único que se salvó

Al día de hoy [febrero de 1982], hay una casa de Alcorlo que sí permanece en pie y a salvo de las aguas. Es su iglesia. Tras la demolición del pueblo, los cooperativistas del barrio azudense de Asfain solicitaron trasladar el templo, piedra a piedra, hasta Azuqueca de Henares. Para ello formaron la «Comisión pro-Reconstrucción de la Iglesia de Alcorlo», y a finales de marzo del mismo año de 1982 el Obispado de Sigüenza-Guadalajara daba el último permiso para proceder al traslado. Se trata de un templo de origen románico dedicado a la advocación del Salvador. Tras un complicado proceso de traslado y construcción, la iglesia fue inaugurada en la primavera de 1987. Los vecinos de Alcorlo todavía se acercan hasta el templo, su templo, en muchísimas ocasiones. 

alcorlo7Imagen de la iglesia de Alcorlo trasladada al barrio de Asfain en Azuqueca de Henares./ El Decano.

alcorlo82-4Otra imagen del día del desaolojo./ LUIS BARRA.

Febrero de 1982

Desalojo por demolición. Jesús Orea y el fotógrafo Luis Barra fueron los únicos periodistas que estuvieron presentes en Alcorlo el día de su demolición. A aquella jornada del 29 de enero de 1982 pertenecen las imágenes de este reportaje, que además de en «Flores y Abejas», fueron publicadas en «Diario 16». En ellas se puede observar cómo los vecinos recogían sus enseres y el estado de algunas viviendas después de la actuación de las máquinas. Los obreros del Ministerio de Obras Públicas y de la Confederación Hidrográfica del Tajo llegaron escoltados por varios agentes de la Guardia Civil, por si se producían incidentes. No ocurrió nada.

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