Once orejas de ley en Las Ventas, su plaza

 Fandino-IvanFandiño torea por por alto en su última presencia en Guadalajara, el pasado mes de marzo./ Foto: Sergio Toquero.

 Se llegó Fandiño a nuestra tierra desde su Orduña natal después de pisar otros terrenos como Valencia y Jerez de la Frontera.

 Recaló en Guadalajara en busca de toros donde poder entrenarse en la dura carrera que iniciaba. Años difíciles, con capotazos robados a alguno de los múltiples toros que se sueltan en nuestros pueblos. Toros ásperos, algunos ya corridos por las calles o el campo. Toros de los llamados de talanquera. Y ahí conocí a este hombre que después llegaría a ser figura del toreo. En la época en la que tuve responsabilidades en el Ayuntamiento de Atanzón, una tarde se llego hasta nuestra localidad, torera por excelencia, este muchacho que paseaba sus ganas e ilusión, tal como maletilla de antaño que en su hatillo guardada fuerzas, ilusión y muchas tristezas porque la oportunidad no llegaba. Años después me decía que el único percance que tuvo, y que invariablemente con cada dimuda o cambio de tiempo le pasaba receta de dolor en su pierna, fue uno en el que un toro de Juan Barriopedro le empotró contra los maderos de una talanquera en la plaza de Atanzón.

El dúo que formo con Néstor García hizo que subiera y siguiera toreando cada vez en plazas de más nombre. Creo que ya fue en 2004, en Las Ventas, donde cortó una oreja como novillero. El camino hacia la cima fue duro, muy duro. Fandiño se forjo como torero de verdad en plazas bajas del escalafón y en despachos que en un principio quitaban más que daban. Pero una voluntad de hierro y una afición a prueba de cualquier inclemencia, hicieron diera los pasos necesarios para entrar en Madrid. Las Ventas fue su plaza, la mejor plaza del mundo cayó a sus pies, a los pies de un torero de verdad, de un torero sin engaño, un hombre que cada tarde, con honestidad y sin guardarse nada, se entregó a tope. Once orejas de ley corto en este ruedo de verdad, ninguna de ellas discutida, y mucho menos su salida a hombros de la mejor plaza del mundo, donde solo a algunos pocos, a muy pocos se les permite este hecho. Aun recuerdo con temblor y los ojos se me humedecen al recordarlo, como dos días antes de San Isidro del año 2014, después de una faena de muleta luchada contra un toro de Parladé, en los terrenos del tres, arrojó la muleta al suelo, y acumulando todo su valor en la mente; y en la mano derecha toda la garra de un torero, metió la espada hasta el puño entre los astifinos cuernos del Parladé, saliendo en voltereta por encima del animal. Aquella tarde, Iván Fandiño se jugó la vida y ganó la gloria, y la Puerta Grande, y el reconocimiento definitivo de ésta plaza, la mejor por ser la más exigente del mundo.

Fandiño triunfo en Valencia, Sevilla, Bilbao y en las principales plazas del mundo, porque era un torero de verdad, sin reservas y sin escatimar esfuerzos. Nunca envió un toro al desolladero sin haber hecho lo posible e imposible en sacarle pases. Y el público siempre le agradeció el esfuerzo.

En alguna ocasión apunte a Néstor, que inculcase en el torero moderación y que midiese más el riesgo para evitar en lo posible ser cogido, pero su apoderado de inmediato me contestaba: “Él es así, no entiende el toreo de otra forma que no sea entregándose a tope cada tarde”.

Hay una expresión, taurina a más no poder, que se usa con frecuencia en la vida diaria, “atarse los machos”. Iván se los ataba, y bien prietes, cada tarde que salía al ruedo, cada una de su tardes eran de verdad y de entrega, nunca dijo no a un toro o a una corrida por dura que se anunciara, por eso, es y será torero favorito de Madrid. Allí sudó, trabajó y triunfó, donde triunfan los grandes, allí donde hay lucha y verdad.

Dice Jarocho que cuando acudían con él a la enfermería soltó eso de “daros prisa que me falta aire”. Desgraciadamente no llegaron a tiempo de salvarle. Nos queda la tranquilidad que ya está en el sitio de los escogidos. Iván Fandiño fue uno de los verdaderamente grandes. Es muy lamentable reconocerlo ahora que su cuerpo ya no tiene vida. Pero en nuestro recuerdo queda la felicidad de haber tenido la suerte de convivir con un grande.

A los pocos minutos de su fallecimiento una amiga del tres en Las Ventas me envió estas palabras: “Tejido de luz y fibra de inmortalidad. Así es la sublime grandeza de un torero. Iván maestro, Iván amigo: Que Dios te tenga en su gloria, y que nadie ponga en duda que esto es así. Pero aquí, en este lado sombrío de la existencia, siente el clamor doliente de tu plaza y el escalofrío del mundo del toro que nunca te olvidará”. ¡Suerte maestro!

Vicente Hita Sánchez, aficionado

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