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Rutas: Sonata de otoño en cuatro cuencas de Guadalajara

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Esta sonata de otoño no tiene un solo escenario, como la obra de Valle Inclán. Se interpreta en cuatro cuencas fluviales de la provincia todas ellas participan del mismo movimiento. El color.

 

1.- EL ALTO SORBE: La junta de los ríos

altosorbe2Cuesta trabajo creer que este joven Sorbe, apenas un aprendiz de río, que a duras penas se abre camino entre los agrestes barrancos  abrazados a la sierra de Ayllón, sea capaz de suministrar agua a todo el Corredor del Henares y a la ciudad de Alcalá. Eso ocurre en su tramo medio, antes de llegar a Beleña, donde se construyó una presa para recoger sus afamadas aguas, de gran calidad. El caudal constante que sirve el Sorbe se debe a la multitud arroyos, arroyuelos y lechos de agua que corren por valles y laderas de los barrancos del Alto Sorbe hasta toparse con este río. Para esta sonata otoñal, nos dirigimos a uno de esos lugares privilegiados, que ya forma parte de nuestro particular Top Ten entre los lugares de mayor valor paisajístico de la provincia de Guadalajara. Se conoce por la Junta de los Ríos, y la toponimia viene porque allí se junta el Sorbe con el Zarzas, que descarga un agua límpida que ha ido recogiendo de  los  arroyos que cruzan el hayedo de Tejera Negra. En este paraje  ya no hay hayas, pero sí robles, que conviven con  pinos jóvenes, árboles de ribera y arbustos, como el brezo, que hacen fatigoso el camino junto al río. Pero merece la pena. El otoño reclama allí la atención.

La Junta de los ríos está a unos 15 kilómetros de Galve de Sorbe, donde es conveniente preguntar sobre las pistas que nos conducen hasta el lugar. Es accesible para todoterreno, bici de montaña, y para senderistas no tiene dificultad.  

2.- BORNOBA: Entre barrancos

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El Bornoba brota de la tierra cerca de la laguna de Somolinos, formada por las morrenas de un antiguo glaciar que ocupaba aquellos barrancos. Estamos en uno de los lugares más altos de la provincia, a 1.239 metros sobre el nivel del mar, por lo que hablamos de una tierra dura e inclemente, de inviernos gélidos y veranos agostados, en la que sólo tienen cabida las especies más resistentes: pinos autóctonos, robles y, especialmente la sabina, que se prodiga entre las rocas calizas de la sierra.

Pinos y sabinas no saben de estaciones, porque son de hoja peremne, aunque no sucede lo mismo con los chopos y juncales que rodean la laguna de Somolinos, hasta donde llega el Bornoba por un cauce minúsculo. Nada que ver con ese río caudaloso que se remansa en el pantano de Alcorlo, entre las peñas de San Andrés del Congosto. Para crecer, en su cauce alto, el Bornoba hace acopio del agua de los arroyos que bajan por barrancos profundosa entre la sierras de Pela, en la raya con Soria, y el Alto Rey. Uno de esos arroyos es el de Pelagallinas, que cruza un inmeso pinar en la tierra de los Condemios, hasta que más adelante se entrega al Bornoba, cerca de Albendiego, un pueblo que cuenta con una de las mejores iglesias del románico rural castellano, la de Santa Coloma, construida justo al lado del joven río.

Esta cuenca alta del Borboba es agreste e inclemente, lo que se denota en la arquitectura de piedra y pizarra de unos pueblos que prácticamente fueron abandonados en la ola migratoria de los años sesenta ante la nula rentabilidad de la agricultura y la ganadería. Luego volvieron para el verano y arreglaron las casas. Uno de esos pueblos diminutos  es Aldeanueva de Atienza.

La fotografía está tomada en el bosque de ribera que hay cerca del pueblo. Alamos y chopos tornan de color, mientras que un rebollo amarillo da la nota en un pinar de verde intenso.

3.- TAJO: Un puente y un castillo

El cielo otoñal es de un azul intenso y en el horizonte límpido, libre de las calimas veraniegas, se muestran perfectas las dos Tetas de Viana. Nos acercamos al Tajo por Cifuentes, la villa Ducal que exhibe sus tesoros: el castillo medieval, su plaza castellana y la iglesia del Salvador, con su espectacular portada románica. En el camino hacia Trillo, hay un evocador merendero al lado del río Cifuentes, con un puente diminuto de piedra y una explanada tupida de hojas caducas. Las frondosas arboledas ya no nos abandonarán hasta Trillo, desde donde comienza la ruta hacia el Alto Tajo, que siempre merece un fin de semana completo. En el camino está el pueblo de Arbeteta, un lugar espléndido para aprovechar la luminosidad de los últimos días de otoño. Allí asistiremos a la puesta de sol frente al impresionante roquedal sobre el que se asienta su castillo medieval, una fortaleza pequeña, de planta cuadrada, colgada sobre un barranco poblado de árboles de chillones colores amarillos.

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La fotografía se realizó en la alameda de Trillo, junto al viejo puente del Tajo. La ribera del río tiene un manto de hojas, que el aire arrastra hasta el agua, donde flotan lentas y cadenciosas como aquellas maderadas de gancheros. Junto al puente desemboca el río Cifuentes, después de salvar en su último tramo una espectacular cascada. Recientemente se inauguró en Trillo el nuevo Balneario de Carlos III, que aprovecha el agua termal que hizo famoso el lugar. 

 

4.- TAJUÑA: Un río muy guadalajareño

tajunaEl Tajuña aparece menos en los folletos turísticos que otros ríos de la provincia, pero eso no significa que carezca de importancia. De hecho, el Tajuña es un río muy guadalajareño, ya que no en vano traza una diagonal desde el noreste al suroeste, que divide a la provincia en dos ejes simétricos.

Su nacimiento hay que buscarlo allá por la paramera de Maranchón, y muy pronto se adentra en tierra de pinares por Anguita, Luzaga y Abánades. Nada más entrar en la Alcarria, el Tajuña es embalsado en La Tajera, cerca de Las Inviernas, y menguado baja en dirección al valle que nos conducirá a Brihuega, la villa a la que llaman Jardín de la Alcarria, y que goza de algunos de los mejores monumentos provinciales. El Tajuña se suaviza en el último recorrido por la provincia, y marca la toponimia de los lugares que pasa. Una docena de pueblos llevan el apellido de Tajuña, entre ellos Loranca del Tajuña, el último pueblo que riega antes de adentrarse en Madrid.

La fotografía se hizo entre Barriopedro y Cívica, un tramo de río truchero, refugio de pescadores, que en su día acogió a varios molinos y fábricas de luz eléctrica.

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