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Rutas: Arroyo de San Andrés: El valle del agua

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Está apenas a treinta kilómetros de la capital, pero no goza de la fama de otras comarcasde Guadalajara que han empezado a trabajar en el desarrollo del llamado turismo rural. Sin embargo, el valle del río San Andrés es un lugar lleno de encanto que bien merece una excursión de un día en la que el viajero se podrá encontrar con pueblos en los que abundan buenos ejemplos de la arquitectura tradicional alcarreña, bosques de flora autóctona bien conservados y un paisaje verde y frondoso, pródigo en nogales, que es justa correspondencia al agua abundante que surca los barrancos del entorno. Nuestra ruta por el valle del arroyo de San Andrés se inicia en Romanones, sigue por Irueste y las cascadas del paraje del Soto, pasará por los Yélamos -el de Abajo y el de Arriba- y concluirá en lo más alto del valle, en San Andrés del Rey.

El valle del arroyo de San Andrés se llega con comodidad, primero por la N-320, hasta llegar al cruce que nos indica Brihuega, que tomaremos, para seguir luego apenas tres kilómetros por el valle del Tajuña, subsidiario del anterior. El desvío hacia Romanones, a la altura de un cartel en el que Don Quijote y Sancho Panza -¡qué estrambote!- nos invitan a varias rutas turísticas en plena Alcarria, es el inicio de la carretera provincial GU-932 que termina en Budia, después de seguir todo el cauce del arroyo de San Andrés, objeto de nuestro camino. La carretera se empina pronto, porque se pasa de la cota 700 a los 1.000 metros, en apenas veinte kilómetros, pero está en buen estado. Apenas hay tráfico y aunque nos ha salido un día gallego, de nubes y claros, está agradable para la excursión.

Antes de llegar a Romanones me encuentro con una sucesión de bodegas a la izquierda de la carretera, escena que se repetirá en otros pueblos. Hace años, en este valle había vides y se hacía vino para el autoconsumo. Ahora el mosto escasea pero en las entradas a las bodegas se han fabricado curiosos mesones, que son el capricho de las jornadas estivales.

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En Romanones nació el gran torero alcarreño Saleri II, como así se acredita en una placa de una casa de la plaza, y en 1983 se creó el título nobiliario que recibió don Alvaro Figueroa y Torres, tres veces primer ministro con la monarquía. El Conde de Romanones tenía grandes posesiones en el término y llegó a contar en el pueblo con vivienda propia, un caserón del siglo XVII, de dos plantas, fachada de ladrillo y sillarejo y ventanas de forja, que perteneció a la familia Figueroa hasta hace medio siglo.

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El recuerdo al Conde se expresa en una de las calles del pueblo y su influencia debió de ser tan notable, que hasta Manuel Brocas, su secretario y diputado por Brihuega, tiene otra calle cerca. En Romanones hay que ver otro palacio más, de tres plantas y fachada pintada en un azul muy vivo, siendo también de interés algunas casas recientemente rehabilitadas y que siguen las pautas de la arquitectura popular alcarreña.

Seguimos carretera adelante, y Eugenio Redondo, que nos hace gentilmente de anfitrión, me señala a la derecha un monte tupido que ocupa los términos municipales de Romanones, Irueste y Peñalver. Anoto con admiración que es un bosque relicto, es decir, no producto de la repoblación, en el que podemos encontrar encinas, quejigos, sabinas y mostajos, un árbol en peligro de extinción, que se da en el Alto Tajo. El monte es de utilidad pública y deseo que siga tan bien explotado en los añados venideros.

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Irueste es un pequeño pueblo, resguardado detrás de un barranco y abundantemente regado por el arroyo de San Andrés. Tiene muchos huertos, varias fuentes, vegetación frondosa y nogales centenarios, que son el orgullo de la población. Su iglesia parroquial data del siglo XVI y las casas, de piedra caliza y adobe, responden al buen gusto alcarreño.

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Rodeando el pueblo, por la carretera que va a Peñalver, llegamos hasta una zona de recreo, con mesas y barbacoa, desde la que iniciaremos nuestra excursión para visitar las cascadas de Soto, por una senda a la izquierda que nos dejará en el lecho del arroyo. Me cuentan que hay media docena de saltos de agua, algunos de difícil acceso por las zarzas y la vegetación. Una de las cascadas es especialmente hermosa, por su caída vertical desde una pared caliza que ha engendrado una pequeña gruta detrás de su cortina de agua. Veo nidos de mirlos y árboles por los que trepan las ardillas.

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Saliendo de Irueste, a novecientos metros, nos metemos por una pista forestal que enlaza a la izquierda con una curva de la carretera y que va a parar a Yélamos de Abajo. El objetivo es conocer uno de los dos quejigos -de la familia del roble- más grandes de la provincia, cuyo tronco no hay manera de abarcar con las manos y del que nacen decenas de ramas que trazan en el aire dibujos de capricho. Lamentablemente, me dicen que  por un problema de raíces, por lo que ha sido cortado. Me quedo de piedra. 

En Yélamos de Abajo me detengo en la llamada Fuente del Moro, maciza obra de sillería, a la que llega el agua por un túnel empedrado de más de cien metros de largo, y que procede de la zona alta del pueblo. Un paisano me asegura que no hay otra fuente igual en España; y yo lo anoto también. En Yélamos de Abajo se ha rehabilitado mucho y bien, como acreditan varias casas de paredes encaladas sobre vigas de madera vista que encuentro en la plaza, cerca del Ayuntamiento, que tiene una recia torre de piedra con campanillo.

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Salgo de nuevo a la GU-932 para acercarme al otro Yélamos, el de Arriba, un pueblo con encantos que no se aprecian desde la carretera. Su plaza Mayor es típicamente alcarreña, aunque yo destacaría la calle principal, cubierta de chopos gigantes, que no dejan pasar el sol en verano, y por la que discurre un arroyo canalizado en el que iban a lavar las mujeres. En uno de los extremos hay dos pilones circulares, uno pequeño y otro inmenso, llenados por fuentes de tres caños. Las casas de la calle, del siglo XIX, hacen de este lugar un entorno bellísimo.

El valle llega a su fin en San Andrés del Rey, pueblo situado a 1018 metros en lo alto de la meseta alcarreña. De su caserío, sencillo y cuidado, me quedo con la plaza Mayor y el edificio del Concejo, que ha sido restaurado con buen criterio, dejando a la vista los esquinazos de piedra de sillería, que también enmarcan las ventanas y el balcón de su fachada principal. La iglesia se ha reconstruido recientemente y es de planta medieval, con ábside semicircular.

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