En la sierra del Ocejón, la primavera tardía y el verano treprano tiñe de blanco el paisaje por la flor de la jara, un arbusto resinoso de olor intenso, que  cubre las laderas bajas de nuestros montes. La tonalidad cromática de la jara es de color verde oscuro, aunque su floración blanca apenas dura unas semanas. 

 La jara nos muestra una corola formada por cinco pétalos blancos, y algunas con pintas rojas, que muda de color en la primavera a la sierra del Ocejón. En  algunas laderas se combina con el color malva del cantueso, una aromática abundante en esta sierra, que forma una vistosa paleta de color para quien recorra  aquellos parajes.

La floración de la jara se encuentra estos días en su apogeo. Más abiertas las flores con las que nos topamos al subir hacia la sierra desde la Campiña, y  todavía con capullos por estallar en las laderas montañosas de la cornisa del Ocejón. 

Pasamos por Tamajón, un buen lugar para aprovisionarse de todo, y que tiene por patrona a la llamada Serrana, la virgen que se guarda en la ermita de los Enebrales, que veremos junto a la carretera en un sabinar con especies enormes y centenarias, y grandes  rocas que van formando curiosas figuras. Algunas se utilizan para la práctica de la escalada en roca.  Seguimos por la carretera hasta un cruce de caminos. A la derecha, para Almiruete y Valderde de los Arroyos; y a la izquierda, hacia Majaelrayo. Cualquiera de los dos lugares nos valdría para presenciar el espectáculo de la jara en flor, pero hay que elegir.

Sigo en dirección hacia Majaelrayo, y tras cruzar la aldea de Campillejo, uno de mis lugares favoritos de la Arquitectura Negra, porque es como un belén, con todos sus pequeños elementos constructivos intactos, podemos hacer una visita a Campillo de Ranas, cabeza de la municipalidad, un pueblo que ha sabido hacer las cosas bien para poder vivir del turismo, que en varios pueblos ya es el sector económico más activo.

Detengo el coche en la margen derecha de la carretera en una moderna urbanización de casas de pizarra, que es un ejemplo de buen gusto y respeto por la  tradición, aunque la construcción ahora sea lógicamente diferente a la popular de hace cincuenta años. Pero se mantiene el estilo, que es de lo que se trata.  Y el conjunto es uniforme y bello.

El propósito es continuar por la calle asfaltada que se orienta hacia el Ocejón y desde allí tomar una pista de tierra que nos conducirá en una media hora hasta un azud que hay a las faldas de nuestro emblemático pico. Son menos de dos kilómetros y el paisaje del Ocejón, reflejado en el agua merece la pena. Este año está lloviendo como en los buenos tiempos y el agua rebosa por encima del muro de la presa. De sonido de fondo, el croar de las ranas nos demuestra por qué a Campillo le añadieron el sobrenombre de Ranas. ¡Que manera de cantar!

En verano las gentes del lugar lo usan como zona de baño, aunque en lo más frío del invierno se puede llegar a congelar la superficie de sus zonas de umbría.La montaña hace de espejo.

Allí encuentro algunas jaras en flor que justifican la caminata.Y la vista de la cara oeste del Ocejón merece la pena, en primavera dominada por el color verde de la vegetación, que con el otoño tornará en el color pardo del robledal.

Junto al jaral y el cantueso podemos encontrar sabinas, ese árbol que crece en lugares altos y extremos, muy peculiar an esta zona del Ocejón.

Y también algún pino solitario, que hace guardia  mirando al Ocejón.

Otra vez de vuelta en el coche, seguimos carretera hasta Robleluengo, cuyo camino de acceso se coge antes de llegar a Majaelrayo, el municipio de cabecera. 

Robleluengo es una pequeña aldea de una sola calle, pero muy bien dispuesta. Conserva el diseño tradicional en sus viviendas, de una sola planta, todas alineadas y que algún día fueron tainas de pastores. Al final de la calle está su pequeña iglesia remozada. Nosotros seguiremos a la izquierda por un camino de tierra, señalizado con los colores verde y blanco, en dirección al arroyo de La Matilla.
El primer tramo del camino hasta el arroyo son unos tres kilómetros. Discurre al principio junto al cercado de los huertos y praderas para el pasto del ganado. Filas de robles melojos se alinean junto al camino, ahora de un verde intenso, quedando a nuestra derecha una bella panorámica de Majaelrayo, en la falda del Ocejón.

Este mismo camino lo pueden repetir allá por el mes de octubre y encontrará un paisaje diferente. Por supuesto que no quedará ni rastro de la flor de la jara y los robles habrán tornado a un vivor color ocre. Pero lo que tenemos hoy son mantos verdes de jara coronados por sus flores blancas, que van alternando con algunas manchas violaceas del cantueso o el espliego. Las abejas de unas colmenas que hay cerca del camino lo sabrán aprovechar. 

Dejamos a nuestra izquierda una desviación sin tomarla que indica “Molino de Majaelrayo” al que llegaremos más adelante, y ya aviso que ese será el camino de regreso. Pero nosotros a lo nuestro, que es proseguir por el robledal hasta que llegamos a una carretera asfaltada.

Giramos a la izquierda y bajamos por ella hasta llegar a un muro de pizarra, junto a un puente, que da lugar a una precioso salto de agua en el arroyo de la Matilla. (La carretera asfaltada que hemos abandonado nos llevaría hastas el puerto de la Quesera, que sería objeto de otra ruta).

Hay que aprovechar el frondoso lugar para refrescarse y para comer algo. Luego seguiremos cauce abajo y andaremos por unas praderas de alta montaña, que pueden valer para que jueguen los niños sin peligro o para echarse la siesta.

En poco más de cuarto de hora habremos llegado junto al viejo molino de pizarra de Majelrayo, actualmente en ruinas. El camino señalizado sigue luego junto al río sin pérdida hasta llegar a una empinada cuesta, también marcada con los colores verde y blanco. Un pequeño esfuerzo y subimos por ella hasta llegar a un llano. Atravesándolo cogeremos un sendero que nos llevará directamente hasta la pista por la que regredsaremos a Robleluengo.

Desde el molino hasta Robleluengo hay 2,5 kilómetros, así que estamos casi en la recta final. Y lo que queda ya es conocido en esta fácil ruta circular que nos puede llevar unas tres horas, incluyendo un descanso en el arroyo de La Matilla, un lugar adecuado para comer en plena naturaleza.